lunes, 15 de febrero de 2010

Fresa Ácida

Tengo miedo a visitar al matasanos. Anoche contradije sus recomendaciones. Encendí el televisor y, ¡maldito TDT! Apareció sintonizado Telecinco. Y con él… ellas.

Una morena de nombre desconocido en medio. Ojos de furcia. Más ancha que larga. A su siniestra, la ex de Mermelada. A La Alcayde hasta aquí la conocemos. Generosa ella en el reparto de neuronas. Egoísta en el de silicona. Y al otro extremo, Adriana.

Éste fue el sujeto que más me maravilló. Gracias a ella, mi televisor no ha cambiado su ubicación por un contenedor. ¿O debería decir por culpa suya? Hacía tanto tiempo que no veía la televisión amiga que olvidaba que aún hubiese en nuestro planeta vida tan poco inteligente.

Créeme, muchacho, si te digo que Ojos de furcia no era nada comparada a ella. Sólo el maquillaje hacía a aquel cuerpo botijo merecerse tal denominación. Adriana, en cambio, da sentido a cualquier gracia existente y concerniente a los pelos del sobaco de una rubia oxigenada.

Subida a dos andamios tacones mal llamados lucía piernas escasas de sauna. Con un vestido rosa, enseñaba casi hasta el alma en cuanto contoneaba sus caderas imitando un primitivo baile que bien podría ser interpretado por mi tabla de planchar. Labios pintados de un leve rosa. En la cabeza dos neuronas. Ambas ciegas y cojas.

Bien podría también llamarla imbécil, pero no tengo el gusto haberla conocido copa en mano. De cianuro se la pagaría si en algún momento de mi vida la encontrase y que así de simple es me mostrase.

Simple por llegar a fin de mes alargando con su sombra de ojos aquella que estereotipa a mujeres como ella como tontas. ¿Cuántos periodistas más válidos que ella habrán empaquetando artículos en un supermercado? Aunque, pensándolo bien, poco mejor que ella se podrá encontrar si lo que quieres es esa imagen dar…

Adriana sale en televisión, quiero creer que tras cinco años de carrera. ¡Cinco años estudiando para acabar haciendo eso! Para acabar leyendo un guión plagado de típicos tópicos que la convierten en mundana, en una rubia más que llevarte a la cama, sin más sustancia que la que sea capaz de tragar al acabar.

Aunque, no creas, el contenido del programa no era mejor. Mi úlcera resistió toda aquella demagogia que retrata a los hombres españoles como homófobos, machistas y xenófobos que sobre musulmanes defecamos después de estar con nuestro amante gay llamando a los maulas de nuestro equipo “maricón” vestidos de mujer por carnaval.

Pero la cosa no acaba ahí, pues también hablaron del ‘Punto G’ y se mofaron de los hábitos de nuestras ancianas. E incluso unieron ambas cosas y se permitieron el lujo de criticar a una señora que en sus tiempos mozos sería como las conductoras del programa: Ignorante.

Esa señora, analfabeta de hecho o de derecho, acusaba a Zapatero de inventarse la zona erógena en cuestión un rato antes de que éste fuese chopeado en bikini junto a Rajoy.

No obstante, podemos estar tranquilos. Al finalizar el vídeo, Adriana concluyó abierta de piernas (una vez más) que la culpa es de los tubitos, que visten al punto en cuestión de experimento. O la conclusión fue de La Alcayde, no lo sé. Yo también estaba entretenido buscando a la rubia de bote el ‘Punto G’.

En fin… Vergüenza de periodismo, y vergüenza de televisión. La culpa es mía, por darles share anoche, o de otra mucha gente por hacer lo propio en lugar de pedir al Ayuntamiento de turno el desaloje de tan maloliente vecino. Porque, ¿qué diferencia hay entre un ancianolescente con Síndrome de Diógenes y una televisión tan… ácida?

¡Ah! Cierto, cincuenta años, y una rubia abierta de piernas.

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