jueves, 15 de marzo de 2012

Anhelos de Portugal

Una guitarra portuguesa precede a una voz lusófona. Les acompaña una española. Como por arte de magia todos callan. Miradas perdidas encuentran la nada en estas cuatro paredes. Fuera hallan vivencias y sueños de un tiempo pasado mejor, de un futuro risueño.

Portugal en la atmósfera. La gran ignorada. Alguien con quien confraternizar con aires de grandeza y con quien pagar complejos por otros provocados y vergüenzas de cuna; con quien ser grandilocuentes, e irremediablemente estúpidos.

En la prepotencia de muchos se encuentra una tierra incomprendida, despreciada. En el fado, el reblandecer de lo desconocido, la viva expresión de una saudade que a nadie es ajena, tan humana como el respirar.

La soledad se refleja en un rostro por encima de todos. También, quizá, anhelos de Portugal. Os olhos que choram mentres o fado soa são sinal de desexos que renascem ou morrem. De nostalgia, en fin. De algo que un día fue o se quiso; o que un día pudo ser y uno fue, quién sabe.

Es la melancolía el sentimiento mayor que invita a beber y olvidar. El que invade las ánimas de dolor y recuerdo, de la nostalgia de quien una vez fue feliz, de quien alguna vez ha sufrido. Poco importan frustración y amor. No hay herida que el fadista en sus letras no refleje.

El fado es fatiga. Es desaire y desdén. Es deseo y fuerza, añoranza y llanto. Pesadilla y sueño. Fuego y ceniza. El fado es todo y todo es fado. No existe ser que no haya sentido un vacío dentro de sí al que no cantase Amália. Cómo no sentirla si sufrimos. Cómo no sentir anhelos de Portugal si respiramos, si vivimos.


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