miércoles, 18 de febrero de 2009

Alcohólicos anónimos

Estoy desganado, chico, falto de inspiración. Ni tan siquiera esta me acompaña para dejar este folio en blanco y encontrar una excusa mejor para ello que la muerte de mi décima abuela. Tampoco tengo mayor salvoconducto que el alcohol. No se me ocurre otra cosa que no sea el dejar mi cuaderno apartado y mojar mis labios en ron. Empieza hasta a darme igual el ir a recibir una nueva amenaza de despido si no encuentro de qué hablar, pero es que esa es la realidad, sólo me apetece beber hasta perder el control. No, chico, no soy un alcohólico. Sólo soy un borracho. Los alcohólicos van a reuniones, y yo estas sólo las frecuento cuando voy a recibir órdenes más específicas que un simple "espero tu opinión, sin tu paja es más difícil acabar esta mierda".

Si fuera esto el Savoy, como Chester Newman, escribiría sobre las gentes que aquí habitan, pero no creo que lo que el hombre de la cizaña cuenta sobre Las Tres Desgracias venda. Ni tampoco el hablar de los polvos de a nueva corista con aquel dos-neuronas. Entre otras cosas, porque no son gente de glamour como esa de la que Alvite habla. No. La almas que por aquí transitan parecen más sacadas de películas de serie "B" que de un film de Hollywood. Son estos personajes a los tipos duros del Savoy lo que las mujeres Almodóvar a las de Woody Allen, Penélope Cruz aparte. Basta para darse cuenta de ello con ver que aún americanizando su nombre con su diminutivo, John no es ni la sombra de Ernie Loquasto, o con ver que mientras en el Savoy recibirías un disparo por no referirte a alguien con sus apellidos, aquí da la sensación de que sólo existen nombres, y de conocerse más allá de estos, el nombrar los apellidos sería condición suficiente para recibir un par de caricias de los chicos del billar.

Es lo suyo, chico. En el local de la Gran Manzana, me sería fácil escribir. Sé que estarás pensando. En efecto, jamás he estado en el Savoy, pero por lo que Alvite cuenta, no veo más semejanza entre un lado del charco y el otro que el sexo del dueño del local. Y es que al contrario de lo que allí me ocurriría, aquí lo único que percibo como sencillo es el gastarme más en ver a Irene y Leyre que a mi propia novia. Sólo me ha faltado el sábado regalarles a ellas las flores en lugar de a mi chica, o que como ocurre contigo, recibir de ellas el apelativo de "cariño". Me falta para ser capaz de inspirarme en algo de este local no la suerte de recibir ese apelativo, ni tampoco el contar con una actuación como la tuya del otro día, sino aquella que supondría el que el matarratas me lo echasen en la copa en una mayor cantidad que el alcohol. Quizá así, más sobrio, pudiera tener, como tú, algo más que contar sobre esta gentuza que los pasos que me lleva el llegar al aseo a aliviarme.

Sí, me parecen gentuza, pero no me malinterpretes. No soy mejor que ellos. Después de todo, todos meamos en el mismo orinal (salvo Las Tres Desgracias, o eso creo, pues todavía estoy por descubrir si tienen o no rabo), y a todos nos sirve la misma chica que Juan se folla. Todos venimos aquí sino diariamente, casi, a ver como ella nos pone alcohol, y lo que no es alcohol, y a escuchar como Irene intenta emular a las grandes voces, olvidando que es conditio sine qua non para destacar en la música más allá de este sitio no sólo tener buena voz, sino el comprimir el pecho y enseñar cinco centímetros más de pierna.

Definitivamente, creo que no. No hay razones por las cuales no emborracharme hoy de nuevo, salvo que mi novia venga ahora y lo remedie. Otra puta noche más estoy en este rincón escuchando a Irene y bebiendo matarratas con ron. Otra puta noche más estoy aquí sin saber sobre qué escribir. Sin embargo, otra puta noche más estoy aquí mejor que en ningún otro lado.

Otra puta noche más comienzo a pensar que quizá deba reconocer la obviedad y que quizá sí sea yo un alcohólico. Después de todo, soy un bebedor anónimo que se reúne periódicamente con otros pobres hombres igual o más borrachos que yo, ¿no?
La única diferencia, chico, es que para mi no existe rehabilitación. La única diferencia, chico, es que yo no tengo una historia que contar.

1 comentario:

  1. Todos tenemos una historia que contar, y empesaste a hablar de ella aqui arriba, porque si no tubieras una historia no tuvieras una razon para beber.
    Saludos

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