- Conviérteme en literatura, cielo, y no contaré a nadie que soy yo quien te ha dejado.
- Para poder hacerlo, antes tendrías que dejarme.
- ¿Acaso si lo hiciera ahora escribirías un soneto diciendo que soy muy puta?
- Yo no sé escribir sonetos.
- Ni yo cobro por sexo, pero eso nadie tiene porqué saberlo…
Aquel intercambio de palabras fue lo último que compartimos. Podría hacerle caso y decir que no fue más que una muesca en mi revólver, pero cualquier intento de desprecio sonaría tan forzado como la risa de un enterrador soltero.
Muchas la precedieron. Otras tantas la sucedieron. Ninguna ha sido capaz jamás de cambiar tanto mis prioridades como ella hizo. Follar más y escribir menos era mi máxima y mi mínima, el medidor de la temperatura de algo que creía que era amor.
¿Sabes, chico?, con ella descubrí que incluso un pendenciero como yo deja a un lado a Joaquín Sabina por los relatos de un pobre cantautor acostumbrado a la cerveza sin alcohol y a dormir todas las noches en caliente.
Cuando uno es feliz, chico, es capaz de abandonar al gran maestro por cualquier perdiz con la que charlar un rato a la hora de cenar, y de creer que vivir en democracia significa que no te engañe el anuncio de los donuts.
En honor a la verdad, debo reconocer que ese nauseabundo olor me embriagó hasta tal punto que llegué a considerar la posibilidad de dejarme llevar por la lírica de entre sus piernas y escribir algo más propio de una mala comedia norteamericana.
Estuve bastante cerca de definir un puto polvo como lo haría un simple quinceañero. De olvidar que mi carácter es un blues y la tristeza los acordes de mi vida. ¡Maldita sea!, a punto estuve de convertirme en autor de una balada soñadora en la que el sueño eterno es ella.
Pero un buen día, de golpe y porrazo, me despertó. Tras arribar a mi vida con la ligereza con que una mariposa golpea a una margarita, en su marcha fue ruidosa, como el dolor de unas muelas revoltosas que juegan a ser gallegas.
De golpe y porrazo se despidió, y aunque entonces nada entendí, ahora debo agradecerle que me devolviese mi vida de escritor bohemio. Esa vida en la que la única alegría posible es la de lamentar que hay una piedra en el camino. Ésa en la que la felicidad sólo tiene cabida como supositorio de un antiguo amor, ahora lejano.
miércoles, 20 de octubre de 2010
lunes, 18 de octubre de 2010
Gente
Gente que se despierta cuando aún es de noche y cocina cuando cae el sol. Gente que acompaña a gente en hospitales, parques...
Gente que...
Gente que pasado el tiempo desaparece de tu vida. Gente que deja de quererte de repente. Gente que de repente parece olvidarse de tu nombre. Gente a la que nombras y te ignora.
Gente que te mira sin conocerte. Gente que sonríe al encontrar tu mirada con la suya. Gente que se sienta en un vagón de metro. Gente que transita alrededor tuyo, que camina junto a ti.
Gente con la que hace tiempo no paseas, a la que tiempo hace que no ves. Gente que te escucha y te aconseja. Gente que no lo hace, que escucha como si estuviese ausente. Gente que está y con la que no hablas.
Gente con la que te gustaría hablar y ya no está. Gente que está sólo cuando le conviene. Gente a la que extrañas sin saberlo. Gente que sabe que la extrañas, pero a la que le da lo mismo.
Gente que se mira en el espejo y se cree mejor que tú. Gente que es mejor que tú pero es humilde. Gente humilde que duerme en el parque de enfrente. Gente que no va de frente ni con el transitar de los años.
Gente que con los años deja de importarte. Gente a la que no te gustaría jamás parecerte. Gente que cree parecerse a ti, pero que en realidad sólo te imita. Gente a la que tan solo le importan los regalos que le haces por su cumpleaños.
Gente que se emborracha cuando no debe. Gente que te debe algo pero no paga. Gente a la que pagarías un billete a un viaje lejano sólo de ida. Gente ida de la olla con la que conviene tener cuidado.
Gente en cuya compañía disfrutas, pero que apenas ves. Gente que ves hasta en la sopa y que aborreces. Gente aburrida que sale en televisión. Gente cuya televisión permanece encendida todo el día.
Gente a la que has querido, pero que ahora se encuentra en el olvido. Gente a la que no puedes olvidar, por más que lo desees. Gente con la que te gustaría estar, pero no puedes. Gente con la que no puedes estar, ni quieres.
Gente a la que quieres, a pesar de que te hizo llorar. Gente que te hizo llorar y a la que no quieres. Gente a la que odias, y a la que te gustaría ver sufrir. Gente que sufre y a la que te gustaría ayudar.
Gente a la que has ayudado y no te lo ha sabido pagar. Gente que no te ha querido pagar por todo lo que le has ayudado. Gente a la que has ayudado y no ha servido de nada. Gente a la que de nada sirve que le ayudes.
Gente cuya sola presencia duele. Gente que te duele que esté ausente. Gente que simplemente duele. Gente que te duele que sea tan simple, esté o no esté presente.
Gente que te hace sentir bien. Gente a la que haces sentir bien. Gente que siente y que padece. Gente que padece y no lo dice, bien por no importunar o por evitar sentirse débil frente a los demás.
Gente que frente a los demás se crece. Gente infantil, que jamás crece. Gente que decrece con los años. Gente que mejora con el paso de los años, mientras ve a los otros empeorar.
Gente que se mira en el espejo y se cree feo. Gente fea que se mira en el espejo y se ve gorda. Gente gorda que se mira en el espejo y se cree que no existe el relleno. Gente que se pone relleno para verse en el espejo.
Gente demente. Gente que parece inteligente. Gente que con sus palabras es consecuente. Gente que en inventarse una vida distinta a la suya y mejorada, su tiempo invierte.
Gente en la que jamás invertirías un segundo de tu tiempo. Gente a la que no dedicarías ni tiempo ni saliva. Gente con la que intercambiarías tus fluidos. Gente en cuya compañía desearías detener el tiempo.
Gente, simplemente. A la que quieres. A la que odias. A la que eres indiferente. Gente que forma parte de tu vida, o que en algún momento estuvo en ella. Gente por la que darías todo. O nada. Gente, mucha gente. Demasiada. De todo tipo. Tan solo gente.
Gente que te mira sin conocerte. Gente que sonríe al encontrar tu mirada con la suya. Gente que se sienta en un vagón de metro. Gente que transita alrededor tuyo, que camina junto a ti.
Gente con la que hace tiempo no paseas, a la que tiempo hace que no ves. Gente que te escucha y te aconseja. Gente que no lo hace, que escucha como si estuviese ausente. Gente que está y con la que no hablas.
Gente con la que te gustaría hablar y ya no está. Gente que está sólo cuando le conviene. Gente a la que extrañas sin saberlo. Gente que sabe que la extrañas, pero a la que le da lo mismo.
Gente que se mira en el espejo y se cree mejor que tú. Gente que es mejor que tú pero es humilde. Gente humilde que duerme en el parque de enfrente. Gente que no va de frente ni con el transitar de los años.
Gente que con los años deja de importarte. Gente a la que no te gustaría jamás parecerte. Gente que cree parecerse a ti, pero que en realidad sólo te imita. Gente a la que tan solo le importan los regalos que le haces por su cumpleaños.
Gente que se emborracha cuando no debe. Gente que te debe algo pero no paga. Gente a la que pagarías un billete a un viaje lejano sólo de ida. Gente ida de la olla con la que conviene tener cuidado.
Gente en cuya compañía disfrutas, pero que apenas ves. Gente que ves hasta en la sopa y que aborreces. Gente aburrida que sale en televisión. Gente cuya televisión permanece encendida todo el día.
Gente a la que has querido, pero que ahora se encuentra en el olvido. Gente a la que no puedes olvidar, por más que lo desees. Gente con la que te gustaría estar, pero no puedes. Gente con la que no puedes estar, ni quieres.
Gente a la que quieres, a pesar de que te hizo llorar. Gente que te hizo llorar y a la que no quieres. Gente a la que odias, y a la que te gustaría ver sufrir. Gente que sufre y a la que te gustaría ayudar.
Gente a la que has ayudado y no te lo ha sabido pagar. Gente que no te ha querido pagar por todo lo que le has ayudado. Gente a la que has ayudado y no ha servido de nada. Gente a la que de nada sirve que le ayudes.
Gente cuya sola presencia duele. Gente que te duele que esté ausente. Gente que simplemente duele. Gente que te duele que sea tan simple, esté o no esté presente.
Gente que te hace sentir bien. Gente a la que haces sentir bien. Gente que siente y que padece. Gente que padece y no lo dice, bien por no importunar o por evitar sentirse débil frente a los demás.
Gente que frente a los demás se crece. Gente infantil, que jamás crece. Gente que decrece con los años. Gente que mejora con el paso de los años, mientras ve a los otros empeorar.
Gente que se mira en el espejo y se cree feo. Gente fea que se mira en el espejo y se ve gorda. Gente gorda que se mira en el espejo y se cree que no existe el relleno. Gente que se pone relleno para verse en el espejo.
Gente demente. Gente que parece inteligente. Gente que con sus palabras es consecuente. Gente que en inventarse una vida distinta a la suya y mejorada, su tiempo invierte.
Gente en la que jamás invertirías un segundo de tu tiempo. Gente a la que no dedicarías ni tiempo ni saliva. Gente con la que intercambiarías tus fluidos. Gente en cuya compañía desearías detener el tiempo.
Gente, simplemente. A la que quieres. A la que odias. A la que eres indiferente. Gente que forma parte de tu vida, o que en algún momento estuvo en ella. Gente por la que darías todo. O nada. Gente, mucha gente. Demasiada. De todo tipo. Tan solo gente.
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
For once in my life
En efecto, aunque parezca atípico, en La Lola's Club también se habla de redes sociales, siempre con jazz de fondo.
La red social
Frecuentaba hace tiempo la compañía de una dama que con otro hombre vivía. Jamás le dolió en prendas incluso reconocerse ninfómana, aun a sabiendas de que su manía poco tenía que ver con semejarse a una ninfa, sino en ser más bien una zorra infiel.
En este mundo en que las redes sociales son el pan nuestro de cada día, he terminado por aceptar de ella una amistad fingida, casi tanto como decía ella fingir los orgasmos con ese pobre diablo con el que aún habita.
Veo las fotos de ambos en su casa o de viaje y pienso si seguirá siendo como entonces, una rubia oxigenada más bien ligerita de cascos, y de prendas cuando cae la noche y las puertas de los baños de este antro se cierran.
Adornó su invitación de amistad con un simple “hola”, como si lo vivido juntos se hubiese desvanecido. Como si una ola hubiese convertido aquel frágil castillo de arena en indiferencia.
He de reconocer que no me importa demasiado. Simplemente me confunde el ver cómo la hipocresía se extrapola de la realidad a la pantalla de un ordenador con la misma facilidad con que los dioses de la farándula convierten su vida en una obra de teatro pseudorreal y pseudoperiodística.
Un buen día le pregunté si alguna vez se había planteado si con ello podía estar haciéndole daño al pobre diablo con el que todavía sigue. ¡Maldito imbécil! Como si aquello le hubiese violentado, no volvimos a tener sexo nunca más.
Con el tiempo dejó incluso de venir al local, y perdimos el poco contacto que aún manteníamos. Una de las últimas veces que charlamos me abofeteó. Como si no hubiese sido suficiente con aquella puta preguntita, le pregunté porqué solía maquillarse cuan ramera, si luego entre sus planes no aparecía el cobrar.
A pesar de todo ello, puedes creerme, al abrir esa dichosa red social, me encontré con su “hola”. Un simple saludo, sí, pero que encierra tras de sí una supuesta amistad. O eso es lo que teóricamente, con el hecho en sí, se busca.
Dudo, no obstante, que así sea. Si desease mi amistad, volvería a emborracharse junto a mí. Ya no digo a copular. Hablo de un simple “hola”, personal e intransferible, cara a cara y menos frío.
Quizá me equivoque, pero con tan burda patraña hecha amistad, sospecho que pretende ser tan sumamente insustancial como aquellos quinceañeros a los que entonces daba clase, a los que de tanto magnificar la realidad, ella misma decía odiar.
Buscará, simple y llanamente, convertirme en uno más en su obra teatral. Un amigo más de quién fardar y con quién fardar de lo feliz que es desde que La Lola’s Club ha desaparecido de su vida.
Pues, chico, ¿sabes que te digo? Que cuando vuelva a casa, de mi facebook la pienso borrar.
En este mundo en que las redes sociales son el pan nuestro de cada día, he terminado por aceptar de ella una amistad fingida, casi tanto como decía ella fingir los orgasmos con ese pobre diablo con el que aún habita.
Veo las fotos de ambos en su casa o de viaje y pienso si seguirá siendo como entonces, una rubia oxigenada más bien ligerita de cascos, y de prendas cuando cae la noche y las puertas de los baños de este antro se cierran.
Adornó su invitación de amistad con un simple “hola”, como si lo vivido juntos se hubiese desvanecido. Como si una ola hubiese convertido aquel frágil castillo de arena en indiferencia.
He de reconocer que no me importa demasiado. Simplemente me confunde el ver cómo la hipocresía se extrapola de la realidad a la pantalla de un ordenador con la misma facilidad con que los dioses de la farándula convierten su vida en una obra de teatro pseudorreal y pseudoperiodística.
Un buen día le pregunté si alguna vez se había planteado si con ello podía estar haciéndole daño al pobre diablo con el que todavía sigue. ¡Maldito imbécil! Como si aquello le hubiese violentado, no volvimos a tener sexo nunca más.
Con el tiempo dejó incluso de venir al local, y perdimos el poco contacto que aún manteníamos. Una de las últimas veces que charlamos me abofeteó. Como si no hubiese sido suficiente con aquella puta preguntita, le pregunté porqué solía maquillarse cuan ramera, si luego entre sus planes no aparecía el cobrar.
A pesar de todo ello, puedes creerme, al abrir esa dichosa red social, me encontré con su “hola”. Un simple saludo, sí, pero que encierra tras de sí una supuesta amistad. O eso es lo que teóricamente, con el hecho en sí, se busca.
Dudo, no obstante, que así sea. Si desease mi amistad, volvería a emborracharse junto a mí. Ya no digo a copular. Hablo de un simple “hola”, personal e intransferible, cara a cara y menos frío.
Quizá me equivoque, pero con tan burda patraña hecha amistad, sospecho que pretende ser tan sumamente insustancial como aquellos quinceañeros a los que entonces daba clase, a los que de tanto magnificar la realidad, ella misma decía odiar.
Buscará, simple y llanamente, convertirme en uno más en su obra teatral. Un amigo más de quién fardar y con quién fardar de lo feliz que es desde que La Lola’s Club ha desaparecido de su vida.
Pues, chico, ¿sabes que te digo? Que cuando vuelva a casa, de mi facebook la pienso borrar.
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Jesús Domínguez,
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domingo, 17 de octubre de 2010
Cuarenta y diez
Hace falta tener cuarenta y diez para tener tan poca vergüenza como la del relator anterior. Más o menos, como la que dice tener el Gran Maestro.
Ternura panameña a precio de saldo
Prefiero yacer aquí cualquier noche que volver a casa, ahora que en mi calle arrecian alternos bajo un arco iris blanco y negro mis pasados sueños y recuerdos.
Allí de cuando en vez extraño aquellas ocasiones en que lo hacíamos con los calcetines blancos puestos. Aquellas ocasiones en las que simular ser catetos era la mejor vía para buscar juntos, sin mayor teorema que nuestra pasión, la hipotenusa del amor.
Ahora me conformo con una prostituta panameña cuyo susurro no es el mismo. No me acostumbro a que dos labios inferiores me acusen de ser padre mientras otros superiores me trabajan a la vez de usted.
Suele decirse que palabras que silencios hieren menos, pero éstos para mí son más placenteros si no son tus versos los que me enaltecen. Inexistentes me parecen ellos si solitarios mis labios permanecen, como de hecho sin ti hacen.
Y es que no es buen compañero el aroma de carmín que Ana deja al miembro. Junto a mí, que no conmigo, al finalizar siempre llora. Tiene un hijo y dos hermanos. Tres pobres engañados.
Cuando los ejecutivos duermen, comienzan sus horas de oficina. Eso es lo que les dice. Falsa mentira. Si bien en realidad sí limpia, no es la suya más que una realidad maquillada que convierte otro polvo en buen negocio.
Ternura panameña a precio casi de saldo, es su historia una de las tantas que aspirando a grandeza a España llegan, y terminan por conformarse con un puñado de euros y quince centímetros.
Ella, tú y yo sabemos que no soy un hombre hecho para ser animal de compañía. Aún así conmigo se desfoga después de que de otro modo yo lo haga, como si fuese capaz de ver que más allá de mi miembro y mis ganas de follar hay uno de esos hombres utópicos que además saben escuchar.
No puedo decir que su historia me enternezca. Sabes, nena, que de siempre yo prefiero la ternera. Lo nuestro me dejó marcado, como si fuese el amor una guerra, y no puedo ahora sino buscar la paz con quien conmigo mejor opera.
El escucharla al acabar es tan solo un plus que tengo que pagar. Ella se desfoga. Yo pienso que te follo y me ruborizo. Jamás por pensar en ti, ni tampoco por lo que entre sus piernas hago. La única vergüenza que me queda es pagar tan poco por un poco de ternura panameña…
Allí de cuando en vez extraño aquellas ocasiones en que lo hacíamos con los calcetines blancos puestos. Aquellas ocasiones en las que simular ser catetos era la mejor vía para buscar juntos, sin mayor teorema que nuestra pasión, la hipotenusa del amor.
Ahora me conformo con una prostituta panameña cuyo susurro no es el mismo. No me acostumbro a que dos labios inferiores me acusen de ser padre mientras otros superiores me trabajan a la vez de usted.
Suele decirse que palabras que silencios hieren menos, pero éstos para mí son más placenteros si no son tus versos los que me enaltecen. Inexistentes me parecen ellos si solitarios mis labios permanecen, como de hecho sin ti hacen.
Y es que no es buen compañero el aroma de carmín que Ana deja al miembro. Junto a mí, que no conmigo, al finalizar siempre llora. Tiene un hijo y dos hermanos. Tres pobres engañados.
Cuando los ejecutivos duermen, comienzan sus horas de oficina. Eso es lo que les dice. Falsa mentira. Si bien en realidad sí limpia, no es la suya más que una realidad maquillada que convierte otro polvo en buen negocio.
Ternura panameña a precio casi de saldo, es su historia una de las tantas que aspirando a grandeza a España llegan, y terminan por conformarse con un puñado de euros y quince centímetros.
Ella, tú y yo sabemos que no soy un hombre hecho para ser animal de compañía. Aún así conmigo se desfoga después de que de otro modo yo lo haga, como si fuese capaz de ver que más allá de mi miembro y mis ganas de follar hay uno de esos hombres utópicos que además saben escuchar.
No puedo decir que su historia me enternezca. Sabes, nena, que de siempre yo prefiero la ternera. Lo nuestro me dejó marcado, como si fuese el amor una guerra, y no puedo ahora sino buscar la paz con quien conmigo mejor opera.
El escucharla al acabar es tan solo un plus que tengo que pagar. Ella se desfoga. Yo pienso que te follo y me ruborizo. Jamás por pensar en ti, ni tampoco por lo que entre sus piernas hago. La única vergüenza que me queda es pagar tan poco por un poco de ternura panameña…
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Jesús Domínguez,
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El final de una farsa
Esperaba con las manos ensangrentadas a que él llegase. Cogió del mini-bar una botella y se sirvió una copa. Deseaba que le pegase. Y vaya si lo hizo.
Todo le parecía una farsa desde hacía tiempo. Lo que le rodeaba. Lo que vivía. Lo que antes amaba. Aquella puta rutina les había envuelto de tal modo, que además de ropa, a la locura también tendía.
Aquellas cuatro puñaladas habían acabado con todo lo que les unía. Ni tan siquiera aquella casa era real. No para ella. Todo lo alto que había subido sólo había servido para hacer mayor la caída.
No alcanzaba a entender porqué se había desgastado, porqué se había roto. ¿Por qué dejar de ser felices así, sin más? Tantas miradas. Tantas caricias. Tantos “te quiero”. Todo se iría por la borda cuando él llegase.
Sabía que se enfadaría. Mucho. Por eso lo mató. Al final, aquello no era más que la excusa perfecta para que él hiciese lo que ella, cobarde, jamás sería capaz de hacer.
Por un instante volvió a estremecerse viendo tan dantesca escena. Luego decidió que mejor sería trasladar el cuerpo hasta el pasillo, para que nada más entrar, él lo viese. Después de hacerlo pensó que jamás había sido tan fría.
Al pasar por el espejo se vio las manos. Se las llevó a la cara, dejándose en ella marcas de sangre. Rompió el cristal de un golpe, haciéndose una pequeña herida que poco le importó. Mayores eran las que tenía en el corazón.
Siguió bebiendo. La hemorragia tardó un poco en parar. Él lo hizo más. Tanto que se cansó de aquella botella, que terminó estampada contra la pared. En un ataque de histeria, en el suelo acabaron los adornos de dos estanterías. También una vajilla. Llevaba horas fuera de sí.
Pasaban de las tres cuando abrió la puerta. Estaba medio dormida sobre la mesa de la cocina. Borracha, se acercó a besarle. Con cara desencajada, él no entendió lo que veía. No entendió hasta que ella habló:
“Lo he hecho yo, Jonnhy, y volvería a hacerlo. Estoy harta de tus putas, y de ser para ti sólo la imbécil que cocina. Estoy cansada de esta farsa. Cansada de ti, de mí, de vivir…”.
Entonces, reaccionó. Había soportado meses sin sexo. Había buscado en otras lo que con ella no obtenía. Había obviado tantos y tantos ataques de histeria. Había intentado soportar su enfermedad. Al fin y al cabo, la quería.
Aquel maldito descontrol era uno más en su día a día, pero la gota de su gato colmó el vaso. No podía más. ¿Por qué seguir soportando a aquella tía? Pensó en huir, pero la ira pudo más. Por eso se quedó. Y por eso, por primera vez, le pegó.
Fue también la última. Ella se defendió como un jabato. Cuchillo en mano le atacó. La esquivó, la empujó sobre el sofá y la asfixió. Y toda aquella farsa se acabó.
Todo le parecía una farsa desde hacía tiempo. Lo que le rodeaba. Lo que vivía. Lo que antes amaba. Aquella puta rutina les había envuelto de tal modo, que además de ropa, a la locura también tendía.
Aquellas cuatro puñaladas habían acabado con todo lo que les unía. Ni tan siquiera aquella casa era real. No para ella. Todo lo alto que había subido sólo había servido para hacer mayor la caída.
No alcanzaba a entender porqué se había desgastado, porqué se había roto. ¿Por qué dejar de ser felices así, sin más? Tantas miradas. Tantas caricias. Tantos “te quiero”. Todo se iría por la borda cuando él llegase.
Sabía que se enfadaría. Mucho. Por eso lo mató. Al final, aquello no era más que la excusa perfecta para que él hiciese lo que ella, cobarde, jamás sería capaz de hacer.
Por un instante volvió a estremecerse viendo tan dantesca escena. Luego decidió que mejor sería trasladar el cuerpo hasta el pasillo, para que nada más entrar, él lo viese. Después de hacerlo pensó que jamás había sido tan fría.
Al pasar por el espejo se vio las manos. Se las llevó a la cara, dejándose en ella marcas de sangre. Rompió el cristal de un golpe, haciéndose una pequeña herida que poco le importó. Mayores eran las que tenía en el corazón.
Siguió bebiendo. La hemorragia tardó un poco en parar. Él lo hizo más. Tanto que se cansó de aquella botella, que terminó estampada contra la pared. En un ataque de histeria, en el suelo acabaron los adornos de dos estanterías. También una vajilla. Llevaba horas fuera de sí.
Pasaban de las tres cuando abrió la puerta. Estaba medio dormida sobre la mesa de la cocina. Borracha, se acercó a besarle. Con cara desencajada, él no entendió lo que veía. No entendió hasta que ella habló:
“Lo he hecho yo, Jonnhy, y volvería a hacerlo. Estoy harta de tus putas, y de ser para ti sólo la imbécil que cocina. Estoy cansada de esta farsa. Cansada de ti, de mí, de vivir…”.
Entonces, reaccionó. Había soportado meses sin sexo. Había buscado en otras lo que con ella no obtenía. Había obviado tantos y tantos ataques de histeria. Había intentado soportar su enfermedad. Al fin y al cabo, la quería.
Aquel maldito descontrol era uno más en su día a día, pero la gota de su gato colmó el vaso. No podía más. ¿Por qué seguir soportando a aquella tía? Pensó en huir, pero la ira pudo más. Por eso se quedó. Y por eso, por primera vez, le pegó.
Fue también la última. Ella se defendió como un jabato. Cuchillo en mano le atacó. La esquivó, la empujó sobre el sofá y la asfixió. Y toda aquella farsa se acabó.
sábado, 16 de octubre de 2010
Todo por estar aquí
Santander, Viérnoles, Torrelavega. Valença, Viana, Caminha. Madrid, Sevilla, Castellón. Granada, Barcelona, Andorra.
Jugar al escondite con la tía Son. Ir al parque con mi hermana. Acompañar a mi abuelo al Cisne. El compañero de mi madre. La batería de la guardería Globos.
Mi abuelo. Una hermana de mi madre. A mi propio padre. Más de uno y dos amigos. Algún que otro conocido. Personas cercanas. Otros, menos.
Cariño, aprecio, amor. Lágrimas, abrazos, besos. Nervios, vértigos, ansiedad. Bastante indiferencia. Mucho dolor.
Muchas cosas han quedado atrás. Otras las he simplemente perdido. Todo hasta llegar aquí. Todo por estar aquí. Y a pesar de todo, de nada me arrepiento.
Jugar al escondite con la tía Son. Ir al parque con mi hermana. Acompañar a mi abuelo al Cisne. El compañero de mi madre. La batería de la guardería Globos.
Mi abuelo. Una hermana de mi madre. A mi propio padre. Más de uno y dos amigos. Algún que otro conocido. Personas cercanas. Otros, menos.
Cariño, aprecio, amor. Lágrimas, abrazos, besos. Nervios, vértigos, ansiedad. Bastante indiferencia. Mucho dolor.
Muchas cosas han quedado atrás. Otras las he simplemente perdido. Todo hasta llegar aquí. Todo por estar aquí. Y a pesar de todo, de nada me arrepiento.
viernes, 8 de octubre de 2010
How can you mend a broken heart
No suelo ser partidario de obligarme a escribir. Después de tanto tiempo sin que nada brotase, hoy tenía la necesidad de hacerlo, con Michael Bublé de fondo.
Humo y radiografía
Extraño aquellos tiempos en que éramos desconocidos. Aquellos en que tú eras al jazz lo que el tomate frito a mi cocido. En mi memoria hay un sofrito de recuerdos. A todos los maldigo.
Lo hago contigo siempre que te miro. Borraría todos nuestros días. A Dios pongo por testigo. A Dios y la barra de este bar, en el que borracho te escribo.
Sonrío a mis demonios cuando pienso en acabar con los chicos del billar. Hijos de la LOGSE, desearían follar más. En pensar, parecen pensar menos.
Con tres tristes zorras practican la endogamia. Como tres desgracias las definió un día el loco de la planta. Sé que puede parecerte triste, pero aquí el menos cuerdo es el más atento. La puerta de aquel baño sabe a qué me refiero.
En una esquina hay también un periodista. Cronista de noticias sin sentido, con la mirada desviste a la corista con la boca tan llena de fluidos como termina la noche entre las piernas de su chica.
Misógino atormentado, arrodillado ante su vicio, alza otro cliente la copa en la que por las noches se cobija. Es su único modo de tirarse luego a una puta que, por edad, bien podría ser su hija.
El jefe sin tabaco extrañará al humo y su radiografía cuando la nueva normativa entierre esa oscuridad que aquí a tanta gente trae, como si en lugar de fauna salvaje, fuesen arrastrados de peregrinaje.
Muchos somos los que, embriagados, ganamos aquí una compostelana. Yo hace tiempo lo hice por ti. Hoy, porque me da la gana. Tengo que reconocer que de este sitio hay algo en mí que me prohíbe besar mi recortada.
Sus labios de plomo me llaman. Mis oídos, ociosos, ignoran. Puede más el magnetismo de pensar que cualquier día me despertaré incluso alejado de mí mismo.
Ese día tú desaparecerás. Y contigo, aunque me pese, también el regocijo de poder decirte:
“Nena, aunque se te ve feliz, siento decirte que muy mal te ha tratado el tiempo…”.
Lo hago contigo siempre que te miro. Borraría todos nuestros días. A Dios pongo por testigo. A Dios y la barra de este bar, en el que borracho te escribo.
Sonrío a mis demonios cuando pienso en acabar con los chicos del billar. Hijos de la LOGSE, desearían follar más. En pensar, parecen pensar menos.
Con tres tristes zorras practican la endogamia. Como tres desgracias las definió un día el loco de la planta. Sé que puede parecerte triste, pero aquí el menos cuerdo es el más atento. La puerta de aquel baño sabe a qué me refiero.
En una esquina hay también un periodista. Cronista de noticias sin sentido, con la mirada desviste a la corista con la boca tan llena de fluidos como termina la noche entre las piernas de su chica.
Misógino atormentado, arrodillado ante su vicio, alza otro cliente la copa en la que por las noches se cobija. Es su único modo de tirarse luego a una puta que, por edad, bien podría ser su hija.
El jefe sin tabaco extrañará al humo y su radiografía cuando la nueva normativa entierre esa oscuridad que aquí a tanta gente trae, como si en lugar de fauna salvaje, fuesen arrastrados de peregrinaje.
Muchos somos los que, embriagados, ganamos aquí una compostelana. Yo hace tiempo lo hice por ti. Hoy, porque me da la gana. Tengo que reconocer que de este sitio hay algo en mí que me prohíbe besar mi recortada.
Sus labios de plomo me llaman. Mis oídos, ociosos, ignoran. Puede más el magnetismo de pensar que cualquier día me despertaré incluso alejado de mí mismo.
Ese día tú desaparecerás. Y contigo, aunque me pese, también el regocijo de poder decirte:
“Nena, aunque se te ve feliz, siento decirte que muy mal te ha tratado el tiempo…”.
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Jesús Domínguez,
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martes, 31 de agosto de 2010
Up in the air
No quería dejar de compartir con aquellos arrastrados que por el rincón transitan la mayor oda a la soledad jamás vista por mí en una película.
El anterior monólogo pertenece a Ryan Bingham, personaje que encarna a la perfección George Clooney en "Up in the air" y que a mi juicio bien habría valido la pena un Oscar.
El film es una adaptación de la novela de 2001 escrita por Walter Kirn y, si bien se reviste de comedia romántica, me parece a todas recomendable para toda aquella persona que en el cine sea capaz de ir "un poquito más allá".
El anterior monólogo pertenece a Ryan Bingham, personaje que encarna a la perfección George Clooney en "Up in the air" y que a mi juicio bien habría valido la pena un Oscar.
El film es una adaptación de la novela de 2001 escrita por Walter Kirn y, si bien se reviste de comedia romántica, me parece a todas recomendable para toda aquella persona que en el cine sea capaz de ir "un poquito más allá".
No somos cisnes...
Imaginen por un segundo que llevan una mochila. Quiero que noten las correas sobre los hombros. ¿Las notan? Ahora quiero que la llenen con todas las cosas que tienen en su vida. Empiecen por las que hay en los estantes, en los cajones, las tonterías que coleccionan. Noten como se acumula el peso. Ahora cosas más grandes. Ropa, pequeños electrodomésticos, lámparas, toallas, la tele… La mochila ya pesa.
Ahora cosas más grandes. El sofa, la cama, alguna mesa. Métanlo todo dentro. El coche, añádanlo. La casa, un estudio o un partamento de dos dormitorios. Quiero que introduczcan todo eso dentro de la mochila. Intenten caminar. Es difícil, ¿no? Pues esto es lo que hacemos con nuestra vida diaria, nos vamos sobrecargando hasta que no podemos ni movernos, y no se equivoquen, moverse es vivir.
Ahora voy a prenderle a esa mochila fuego. ¿Qué quieren sacar? ¿Las fotos? Las fotos son para la gente que no puede recordar. Tomen ginseng y quémenlas. Es más, dejen que se queme todo e imagínense despertando mañana sin nada. Resulta estimulante, ¿no es así?
Esto va a ser un poco difícil, presten atención. Tienen otra mochila, solo que esta vez deben llenarla de personas. Pueden empezar por los conocidos, amigos de amigos, la gente de la oficina, y luego pasen a las personas a las que confían sus secretos.
Sus primos, tías, tíos, hermanos hermanas, sus padres, y por fin, su marido, su mujer, su novio o su novia. Métanlos en la mochila. Tranquilos, no les voy a pedir que les prendan fuego. Sientan el peso de la mochila. Puedo asegurarles que las relaciones son la carga más pesada de su vida. ¿No sienten un peso clavándose en sus hombros?
Todas esas negociaciones, discursiones, secretos y compromisos. No necesitan cargar con eso. ¿Por qué no dejan la mochila? Hay animales que viven cargando con otros en simbiosis toda su vida. Amantes sin suerte, cisnes monógamos, no somos esos animales. Si nos movemos despacio morimos rápido. Nosotros no somos cisnes, sino tiburones.
Ahora cosas más grandes. El sofa, la cama, alguna mesa. Métanlo todo dentro. El coche, añádanlo. La casa, un estudio o un partamento de dos dormitorios. Quiero que introduczcan todo eso dentro de la mochila. Intenten caminar. Es difícil, ¿no? Pues esto es lo que hacemos con nuestra vida diaria, nos vamos sobrecargando hasta que no podemos ni movernos, y no se equivoquen, moverse es vivir.
Ahora voy a prenderle a esa mochila fuego. ¿Qué quieren sacar? ¿Las fotos? Las fotos son para la gente que no puede recordar. Tomen ginseng y quémenlas. Es más, dejen que se queme todo e imagínense despertando mañana sin nada. Resulta estimulante, ¿no es así?
Esto va a ser un poco difícil, presten atención. Tienen otra mochila, solo que esta vez deben llenarla de personas. Pueden empezar por los conocidos, amigos de amigos, la gente de la oficina, y luego pasen a las personas a las que confían sus secretos.
Sus primos, tías, tíos, hermanos hermanas, sus padres, y por fin, su marido, su mujer, su novio o su novia. Métanlos en la mochila. Tranquilos, no les voy a pedir que les prendan fuego. Sientan el peso de la mochila. Puedo asegurarles que las relaciones son la carga más pesada de su vida. ¿No sienten un peso clavándose en sus hombros?
Todas esas negociaciones, discursiones, secretos y compromisos. No necesitan cargar con eso. ¿Por qué no dejan la mochila? Hay animales que viven cargando con otros en simbiosis toda su vida. Amantes sin suerte, cisnes monógamos, no somos esos animales. Si nos movemos despacio morimos rápido. Nosotros no somos cisnes, sino tiburones.
viernes, 27 de agosto de 2010
Te quise tanto...
¿Sabes, nena?, hay mañanas en las que me levanto pesimista sin motivo. Días oscuros en que preferiría ser pájaro y acudir a otro reclamo. Otro al que pudiese acudir volando, y no bajando estos peldaños.
No es superstición. Creer en el azar da mala suerte. No me gusta pensar en cuántas noches perdidas te suceden, pero rodeado de arrastrados no es sino eso lo que hago.
La otra noche, caminando por aquellas calles que un día me vieron crecer, no pude evitar pensarte. Recordarte y recordarme, abrazándote. No puedo negarlo. Te quise tanto…
Ahora no tengo patria ni bandera. Quizá tampoco a nadie que me quiera. Vivo con un hombre que no vive conmigo. En mis sueños follo más que existo. Pero, ¡qué narices!, soñar es el único vicio que nunca me ha salido caro.
Recordarte tanto tiempo fue para mí un lujo. Malvivir imaginándome tus ojos, un castigo. El dinero que tenía lo gasté en mantequilla, cañones y pitillos. El sello que te adjunto se lo robé a un niño. Suerte que en este bar me fían…
Preguntarás porqué te escribo. La razón es bien sencilla. Incluso en este mundo loco el más lunático es considerado demente, y como tal no me fiarían. Además, de no hacerlo, precisaría para pagar al psicólogo una fortuna.
Brotes psicóticos. El más grave síntoma, tenerte. Espero al menos haberte complacido. Tendrás a bien reconocer el haberlo disfrutado. Yo te quise tanto… Ahora corren otros tiempos. Ya no extraño como lo hacen los perros a sus dueños.
Con arena en los bolsillos y algunas deudas pero, ¿sabes, nena?, hoy vuelvo a ser feliz.
No es superstición. Creer en el azar da mala suerte. No me gusta pensar en cuántas noches perdidas te suceden, pero rodeado de arrastrados no es sino eso lo que hago.
La otra noche, caminando por aquellas calles que un día me vieron crecer, no pude evitar pensarte. Recordarte y recordarme, abrazándote. No puedo negarlo. Te quise tanto…
Ahora no tengo patria ni bandera. Quizá tampoco a nadie que me quiera. Vivo con un hombre que no vive conmigo. En mis sueños follo más que existo. Pero, ¡qué narices!, soñar es el único vicio que nunca me ha salido caro.
Recordarte tanto tiempo fue para mí un lujo. Malvivir imaginándome tus ojos, un castigo. El dinero que tenía lo gasté en mantequilla, cañones y pitillos. El sello que te adjunto se lo robé a un niño. Suerte que en este bar me fían…
Preguntarás porqué te escribo. La razón es bien sencilla. Incluso en este mundo loco el más lunático es considerado demente, y como tal no me fiarían. Además, de no hacerlo, precisaría para pagar al psicólogo una fortuna.
Brotes psicóticos. El más grave síntoma, tenerte. Espero al menos haberte complacido. Tendrás a bien reconocer el haberlo disfrutado. Yo te quise tanto… Ahora corren otros tiempos. Ya no extraño como lo hacen los perros a sus dueños.
Con arena en los bolsillos y algunas deudas pero, ¿sabes, nena?, hoy vuelvo a ser feliz.
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Jesús Domínguez,
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Ser o no ser
Grillos en invierno. Tormentas de verano. Pelea de perros dentro de un seiscientos. Mendigos ricos en sardinas enlatadas. Una ex putón que esputa sobre mi recuerdo.
Pájaros mojados. Ojos rubios. Oídos susurrantes. Obscenidades tiempo atrás jamás soñadas. Labios grises balbucean aceite en la cocina. Un huevo kinder acompaña la ensalada.
Carreteras vacías. Una sota y su espalda. Maleteros llenos. Siete de espadas. Atasco y encrucijada. El as de la baraja. Un beso que nunca sabrá a nada.
Nada es lo que importa. No ser Humphrey Bogart, ni tampoco Cary Grant. Jurar que he disfrutado. Que añoro tu mirada. Acariciar tus pechos y volverme loco en ti. Tenerte sobre mí. Intuirte más tarde, luz apagada.
Marinero de agua dulce, huelo a sexo y a sardina. Como gato, cambio ideas por tejados. Vivo atrapado en mi niñez. Siento decirlo, hoy extrañé tu tez. Beber de tu veneno. Que vengas a apagar mi sed.
Qué vida tan triste la del deshuesador de olivas. Pretender un corazón de contrabando. Vivir lejos de ti. Mi mala fama bien ganada. Desvestirme y que no sigas. No poder ser sólo contigo. Que puedas ser sin mí.
Pájaros mojados. Ojos rubios. Oídos susurrantes. Obscenidades tiempo atrás jamás soñadas. Labios grises balbucean aceite en la cocina. Un huevo kinder acompaña la ensalada.
Carreteras vacías. Una sota y su espalda. Maleteros llenos. Siete de espadas. Atasco y encrucijada. El as de la baraja. Un beso que nunca sabrá a nada.
Nada es lo que importa. No ser Humphrey Bogart, ni tampoco Cary Grant. Jurar que he disfrutado. Que añoro tu mirada. Acariciar tus pechos y volverme loco en ti. Tenerte sobre mí. Intuirte más tarde, luz apagada.
Marinero de agua dulce, huelo a sexo y a sardina. Como gato, cambio ideas por tejados. Vivo atrapado en mi niñez. Siento decirlo, hoy extrañé tu tez. Beber de tu veneno. Que vengas a apagar mi sed.
Qué vida tan triste la del deshuesador de olivas. Pretender un corazón de contrabando. Vivir lejos de ti. Mi mala fama bien ganada. Desvestirme y que no sigas. No poder ser sólo contigo. Que puedas ser sin mí.
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Jesús Domínguez,
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domingo, 11 de julio de 2010
El final del verano
Hay ocasiones en que, por sorpresa, llega el final. Otras, simplemente se espera...
No hay esperanza
Blanco vida.
Pasillos amarillos. Batas verdes, tubos rojos. Luces transparentes. Azules sirvientes. ¿Mirlos blancos? No hay esperanza.
Intranscendentes charlas, cielo gris. Acompañantes, galenos, transeuntes. Cuidados. Familiares impacientes. Matasanos, gente insomne. Enfermos ávidos de anis.
Pesimismo. Enfermedad. Lágrimas. Tristeza. Soledad.
Negro muerte.
Pasillos amarillos. Batas verdes, tubos rojos. Luces transparentes. Azules sirvientes. ¿Mirlos blancos? No hay esperanza.
Intranscendentes charlas, cielo gris. Acompañantes, galenos, transeuntes. Cuidados. Familiares impacientes. Matasanos, gente insomne. Enfermos ávidos de anis.
Pesimismo. Enfermedad. Lágrimas. Tristeza. Soledad.
Negro muerte.
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Jesús Domínguez,
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lunes, 14 de junio de 2010
La Flaca
Por un beso de La Flaca daría lo que fuera,
por un beso de ella, aunque solo uno fuera.
Moje mis sabanas blancas, como dice la canción,
recordando las caricias que me brindo el primer día.
por un beso de ella, aunque solo uno fuera.
Moje mis sabanas blancas, como dice la canción,
recordando las caricias que me brindo el primer día.
En la puerta una reseña...
Ayer. Hoy. Nosotros. Jamás.
Mañana. Pasado. Nosotros. ¿Quizás?
Tu vientre. Mis labios. La Lola’s. Los baños.
Tu novio. Mi chica. Dos excusas. Dos engaños.
Piercing. Tatuaje. Sexo. Amor salvaje.
Cinturón. Camisa. Pantalón. Adiós, traje.
Llamada al móvil. Suena jazz. Tu chico. Canta Irene.
Atranco la puerta. Marcha atrás. Te beso. Alguien viene.
Tapo tu boca. Sigo empujando. Ya estás llegando.
Es el loco. Estaba orinando. La está guardando.
Recoge su planta. Cierra la puerta. Seguimos.
Dentro y fuera. Aumento el ritmo. ¿Continuamos?
Una noche en los baños, perdiendo la cabeza entre tus piernas.
Jamás a vernos volvimos, por eso las imagino eternas.
En tus pechos enloquecí. Parecías pequeña.
Delgada, pelo largo. En la puerta una reseña.
Hoy no es hoy, sino mañana, escribí entonces aquí.
Se hizo mañana contigo. Se acabó el hoy por ti.
Mañana. Pasado. Nosotros. ¿Quizás?
Tu vientre. Mis labios. La Lola’s. Los baños.
Tu novio. Mi chica. Dos excusas. Dos engaños.
Piercing. Tatuaje. Sexo. Amor salvaje.
Cinturón. Camisa. Pantalón. Adiós, traje.
Llamada al móvil. Suena jazz. Tu chico. Canta Irene.
Atranco la puerta. Marcha atrás. Te beso. Alguien viene.
Tapo tu boca. Sigo empujando. Ya estás llegando.
Es el loco. Estaba orinando. La está guardando.
Recoge su planta. Cierra la puerta. Seguimos.
Dentro y fuera. Aumento el ritmo. ¿Continuamos?
Una noche en los baños, perdiendo la cabeza entre tus piernas.
Jamás a vernos volvimos, por eso las imagino eternas.
En tus pechos enloquecí. Parecías pequeña.
Delgada, pelo largo. En la puerta una reseña.
Hoy no es hoy, sino mañana, escribí entonces aquí.
Se hizo mañana contigo. Se acabó el hoy por ti.
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Jesús Domínguez,
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viernes, 11 de junio de 2010
Recuerdo
Mirarte a los ojos y tal vez recordarte que antes de rendirnos fuimos eternos. Me levanto decidido y me acerco a ti...
Fue una noche en Barcelona... I
Cuando me acerqué volvió a vestir una sonrisa maltratada como el tanga de un feriante. Fue en una noche sombría, una de ésas en que incluso las nubes caminan a oscuras.
Se disculpó por haber maquillado sus ojos de tristeza. La invité a una copa, a riesgo de que apareciera en aquel momento un chulo. Confirmó que no era puta, a pesar de yacer plantada en una esquina.
Al rato me contó que vivía allí cerca. Yo reconocí que hacía tiempo la observaba. Se excusó diciendo que esperaba a un chico. Entonces, enrojecí. No debía conocer tan bien la noche si creía profesionales aquellos finos labios apenas resaltados con carmín.
“El cine es más divertido que la vida”, dije con la cuarta. “Mi abuela tiene nombre de regalo”, aseveró ella con la sexta. “Mi vocación es la derrota. Mi carácter la resignación”. Y al final, nos acostamos.
Aquello terminó con un coitos interruptus. Apenas me importó. Yo me lo busqué. Quise ser caballo entre una sota y rey. Olvidé que era ella un pájaro sin sueños. Un paraguas sin voz.
Fue una noche en Barcelona cuando, ahogadas mil penas en alcohol, pretendí también ahogar en mis labios sus gemidos. Naufragamos en mis pies de vagabundo, pero al menos lo hicimos abrazados.
No hubo conjeturas, ni tampoco gestos fríos. Yo soy ave nocturna y ella precisaba un hombro en que llorar. Tampoco hubo reproches. Varias veces más nos pilló levantado el camión de la basura.
Vivimos en abril un falso agosto. Por sus heridas pregunté a un anticuario cual era el valor de un beso. Ella se seguía preguntando: “¿Por qué a la indiferencia hemos llegado, si del amor al odio no hay más que un paso?”. Qué difícil es desandar lo andado.
“Estoy falto de cansancio, nena, eso es todo”. Entendió mi insistencia, mas no aceptó. Mayor locura habría sido, supongo, siquiera suerte haber probado. Al fin y al cabo, ella tenía su vida. Y yo, mi literatura.
Se disculpó por haber maquillado sus ojos de tristeza. La invité a una copa, a riesgo de que apareciera en aquel momento un chulo. Confirmó que no era puta, a pesar de yacer plantada en una esquina.
Al rato me contó que vivía allí cerca. Yo reconocí que hacía tiempo la observaba. Se excusó diciendo que esperaba a un chico. Entonces, enrojecí. No debía conocer tan bien la noche si creía profesionales aquellos finos labios apenas resaltados con carmín.
“El cine es más divertido que la vida”, dije con la cuarta. “Mi abuela tiene nombre de regalo”, aseveró ella con la sexta. “Mi vocación es la derrota. Mi carácter la resignación”. Y al final, nos acostamos.
Aquello terminó con un coitos interruptus. Apenas me importó. Yo me lo busqué. Quise ser caballo entre una sota y rey. Olvidé que era ella un pájaro sin sueños. Un paraguas sin voz.
Fue una noche en Barcelona cuando, ahogadas mil penas en alcohol, pretendí también ahogar en mis labios sus gemidos. Naufragamos en mis pies de vagabundo, pero al menos lo hicimos abrazados.
No hubo conjeturas, ni tampoco gestos fríos. Yo soy ave nocturna y ella precisaba un hombro en que llorar. Tampoco hubo reproches. Varias veces más nos pilló levantado el camión de la basura.
Vivimos en abril un falso agosto. Por sus heridas pregunté a un anticuario cual era el valor de un beso. Ella se seguía preguntando: “¿Por qué a la indiferencia hemos llegado, si del amor al odio no hay más que un paso?”. Qué difícil es desandar lo andado.
“Estoy falto de cansancio, nena, eso es todo”. Entendió mi insistencia, mas no aceptó. Mayor locura habría sido, supongo, siquiera suerte haber probado. Al fin y al cabo, ella tenía su vida. Y yo, mi literatura.
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