lunes, 18 de enero de 2010

Vuelva usted mañana

Qué sencillo es enumerar las diferencias entre el sexo y el amor. Basta con prestar atención a la mañana post-coital para, en base al despertar, poder sin miedo enjuiciar. Y es que es determinante el despertar para objetivamente demostrar si lo tenido es un polvo o algo más, siempre en función del sexo del tenedor.

Fijándonos en su comportamiento, podremos constatar que la dama enamorada busca captar la primera mirada del día de con quien ha yacido. Aquella que sólo ha sido follada, mientras tanto, se despertará también antes que el varón, pero el vestirse con sigilo y huir despavorida será, más bien, su reacción.

Cuando para él el trabajo sólo sirva para engordar el currículum, no habrá mayor demostración que la ducha al despertar. Tímido, aguardará a que ella se levante para no molestar, si por el contrario la medusa del amor le ha picado.

Esto puede sufrir algún tipo de alteración. Lógico. El dinero lo puede todo, máxime si en tu barrio cuestan lo mismo la ternera y la ternura. Tal es así en el mío, que únicamente caes en la cuenta de encontrarte en la carnicería cuando observas que de las cerdas no son las patas lo primero que se desecha.

Nunca he entrado a un prostíbulo. No a los de aquí, donde soy muy conocido. No obstante, aquí a buen seguro no son lo más caro los jamones, sino los idiomas. A mayor conocimiento, mayor esparcimiento. A mayor esparcimiento, menos dinero.

Siempre en ello he pensado. La española cuando besa, ¿lo hará a cambio de un plus? Te sorprenderán mis intrigas, pero es muy español el dar en la frente un beso antes de arropar.

Cuentan las malas lenguas que, en la vida de uno, uno siempre encuentra una mujer que ese beso te da gratis. Topar con ello forma parte de mi lista de tareas pendientes desde que caí en la cuenta de que salvo mi madre, a mí todas me habían cobrado.

Sin educación además lo hacían. Sin recibo ni dar gracias por la mañana se despedían con aquel costoso beso. El de Judas hubiera preferido yo si por aquel entonces conociera lo peor del después.

En los despojos pienso cuando bebo. Lo hago también en aquellos besos. Recuerdo cuando, acostado, la evitaba molestar. Doy vueltas a la idea de volver a ella. Vueltas a ofrecerle un plus. A apartar las piernas y acabar dando las gracias y, como mi carnicero, decir aquello de “Vuelva usted mañana”.

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