martes, 27 de enero de 2009

Rojo Pasión

Tenía tanto carácter, que en lugar de utilizar la fusta en sus relaciones, era ella la utilizada como tal para azuzar al corcel de turno. Su carácter era contundente, arisco. Era una incomprendida. Pero si había algo que realmente era, es sensual. Esta no se desprendía únicamente de todo su ser, sino incluso del trago de su copa, "sexo en la playa", o de su forma de vestir.

Se preguntaba si lo que dentro del vestido blanco que portaba la hoy primera dama estadounidense sería una mesa camilla, o esa parte del cuerpo donde la espalda pierde su honroso nombre. Decía que le parecía una negra zumbona a quién aquel vestido blanco le daba luminosidad. ¿Acaso había mandado ya Zapatero las bombillitas de bajo consumo a su homólogo americano para fomentar el buenrrollismo entre ambos?

Fácil era hablar para ella de ese modelito, o de otro cualquiera. Había trabajado mucho tiempo como estilista, y todavía se notaba esa anterior profesión en su forma de vestir, siempre tan pulcra e impoluta. No le gustaba enseñar, pero sí insinuar sus encantos con cualquiera de esos vestidos rojos que tan bien le quedaban. Los chicos del billar le habían puesto como apelativo "La mujer de rojo", y es que era cualquier prenda encarnada casi como una segunda piel que únicamente dejaba al descubierto tan sugerentes curvas. Conjuntaba también el color de su ropa, habitualmente, con tan ardiente carácter y con unos labios carnosos igual de sugerentes que su cuerpo.

No envidiaba, para nada, a la señora de Obama. Podía no ser ella precisamente concubina de un presidente del gobierno, pero tampoco a tanto buscaba llegar. Le bastaba con generar odio en Las Tres Desgracias y casi en cualquiera alma de mujer que por La Lola's transitaba. Su relación era especialmente llamativa con "el Señor Andrés", a quién comparaba con la negra zumbona, aún siendo esta más alta que su amiga. De no ser por Leyre, habría buscado conquistar, posiblemente con acierto, al sujeto que de un tiempo a esta parte entraba tirando de tan peculiar mujer, para después tirarlo a la basura, cuán clinex usado, y dejarla a ella como el país de la mesa camilla la prisión de Guantánamo. Cerrada, y bien jodida.

Tampoco es que le importase demasiado aquel tío cerrado de mente, sino que más bien habría buscado joderla a ella, y eso, pese a que llevaba poco tiempo en La Lola's. Poco, pero suficiente no sólo para odiar y ser odiada, sino también para hacer circular a doscientos por hora la sangre de más de uno de los chicos del billar. Uno de ellos, al que ella solía sacar a bailar entre tango y tango era, como decía el antiguo lema olímpico, "altius, citius, fortius" y, como su propia definición, tenía apariencia latina. Al contrario que sus compañeros, sumaba bastante más de dos neuronas, lo que le hacía un tipo ciertamente interesante. Tanto, que "el Señor Andrés" también había decidido tirarle la caña, tratando de buscar un rey puesto antes de ver al otro muerto y, ya de paso, buscar también ella el joder al prójimo.

Cada vez que aquel chico latino entraba y el dos neuronas que le acompañaba no estaba ojo avizor, la amiga de la zumbona rondaba a aquel chico que tanto había llamado la atención a Irene. Sin embargo, contaba esta con un punto favorable y definitivo: Su música.
No era precisamente Sarah Vaughan, y ni tan siquiera era el jazz el tipo de música que mejor se ajustaba a su voz, por lo cual solía obviarlo. Así, para coger confianza en su primera actuación, comenzó cantando un tango. ¿Qué mejor manera de cantar una oda a la vida, dejando de lado el jazz, qué cantando a Carlos Gardel?

No se sabe si fue su voz. Tampoco si fueron sus andares. Ni tan siquiera se hace obvio el que fuese esa abertura en su vestido, la cual dejaba intuir su pierna izquierda hasta lugares casi prohibidos; o que fuesen esos escasos segundos en los que el tango los unía. El caso es que él, como Obama, también decidió cerrar el Guantánamo de sus sentimientos, y con ello dejar jodida a quién por otros sentimientos suspiraba, la zumbona blanca.

En La Lola's suena jazz, pero definitivamente, fue un acierto que John contratase a Irene. Jamás en un local como este se había mezclado lo desenfrenado del jazz y lo sensual del tango como en su cuerpo. Y es que es el tango, junto al sonido americano por antonomasia, lo que mejor define a un alma errante. Poco importaba que allí sólo aquel chico comprendiese este alma. Daba igual que nadie comprendiese su manera de entender el jazz e interpretar un tango. Era indiferente que cualquier zumbona, fuese esta negra, blanca o verde, buscase encerrar su personalidad en cualquier Guantánamo de sentimientos o actitudes. Ella no necesitaba bombilla alguna de bajo consumo para iluminar más que una estrella. Le bastaba con su vestido rojo pasión, un sexo en la playa y el tango de la vida para ser la estrella del local… o al menos, del latino del billar.

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