Prefiero yacer aquí cualquier noche que volver a casa, ahora que en mi calle arrecian alternos bajo un arco iris blanco y negro mis pasados sueños y recuerdos.
Allí de cuando en vez extraño aquellas ocasiones en que lo hacíamos con los calcetines blancos puestos. Aquellas ocasiones en las que simular ser catetos era la mejor vía para buscar juntos, sin mayor teorema que nuestra pasión, la hipotenusa del amor.
Ahora me conformo con una prostituta panameña cuyo susurro no es el mismo. No me acostumbro a que dos labios inferiores me acusen de ser padre mientras otros superiores me trabajan a la vez de usted.
Suele decirse que palabras que silencios hieren menos, pero éstos para mí son más placenteros si no son tus versos los que me enaltecen. Inexistentes me parecen ellos si solitarios mis labios permanecen, como de hecho sin ti hacen.
Y es que no es buen compañero el aroma de carmín que Ana deja al miembro. Junto a mí, que no conmigo, al finalizar siempre llora. Tiene un hijo y dos hermanos. Tres pobres engañados.
Cuando los ejecutivos duermen, comienzan sus horas de oficina. Eso es lo que les dice. Falsa mentira. Si bien en realidad sí limpia, no es la suya más que una realidad maquillada que convierte otro polvo en buen negocio.
Ternura panameña a precio casi de saldo, es su historia una de las tantas que aspirando a grandeza a España llegan, y terminan por conformarse con un puñado de euros y quince centímetros.
Ella, tú y yo sabemos que no soy un hombre hecho para ser animal de compañía. Aún así conmigo se desfoga después de que de otro modo yo lo haga, como si fuese capaz de ver que más allá de mi miembro y mis ganas de follar hay uno de esos hombres utópicos que además saben escuchar.
No puedo decir que su historia me enternezca. Sabes, nena, que de siempre yo prefiero la ternera. Lo nuestro me dejó marcado, como si fuese el amor una guerra, y no puedo ahora sino buscar la paz con quien conmigo mejor opera.
El escucharla al acabar es tan solo un plus que tengo que pagar. Ella se desfoga. Yo pienso que te follo y me ruborizo. Jamás por pensar en ti, ni tampoco por lo que entre sus piernas hago. La única vergüenza que me queda es pagar tan poco por un poco de ternura panameña…
domingo, 17 de octubre de 2010
El final de una farsa
Esperaba con las manos ensangrentadas a que él llegase. Cogió del mini-bar una botella y se sirvió una copa. Deseaba que le pegase. Y vaya si lo hizo.
Todo le parecía una farsa desde hacía tiempo. Lo que le rodeaba. Lo que vivía. Lo que antes amaba. Aquella puta rutina les había envuelto de tal modo, que además de ropa, a la locura también tendía.
Aquellas cuatro puñaladas habían acabado con todo lo que les unía. Ni tan siquiera aquella casa era real. No para ella. Todo lo alto que había subido sólo había servido para hacer mayor la caída.
No alcanzaba a entender porqué se había desgastado, porqué se había roto. ¿Por qué dejar de ser felices así, sin más? Tantas miradas. Tantas caricias. Tantos “te quiero”. Todo se iría por la borda cuando él llegase.
Sabía que se enfadaría. Mucho. Por eso lo mató. Al final, aquello no era más que la excusa perfecta para que él hiciese lo que ella, cobarde, jamás sería capaz de hacer.
Por un instante volvió a estremecerse viendo tan dantesca escena. Luego decidió que mejor sería trasladar el cuerpo hasta el pasillo, para que nada más entrar, él lo viese. Después de hacerlo pensó que jamás había sido tan fría.
Al pasar por el espejo se vio las manos. Se las llevó a la cara, dejándose en ella marcas de sangre. Rompió el cristal de un golpe, haciéndose una pequeña herida que poco le importó. Mayores eran las que tenía en el corazón.
Siguió bebiendo. La hemorragia tardó un poco en parar. Él lo hizo más. Tanto que se cansó de aquella botella, que terminó estampada contra la pared. En un ataque de histeria, en el suelo acabaron los adornos de dos estanterías. También una vajilla. Llevaba horas fuera de sí.
Pasaban de las tres cuando abrió la puerta. Estaba medio dormida sobre la mesa de la cocina. Borracha, se acercó a besarle. Con cara desencajada, él no entendió lo que veía. No entendió hasta que ella habló:
“Lo he hecho yo, Jonnhy, y volvería a hacerlo. Estoy harta de tus putas, y de ser para ti sólo la imbécil que cocina. Estoy cansada de esta farsa. Cansada de ti, de mí, de vivir…”.
Entonces, reaccionó. Había soportado meses sin sexo. Había buscado en otras lo que con ella no obtenía. Había obviado tantos y tantos ataques de histeria. Había intentado soportar su enfermedad. Al fin y al cabo, la quería.
Aquel maldito descontrol era uno más en su día a día, pero la gota de su gato colmó el vaso. No podía más. ¿Por qué seguir soportando a aquella tía? Pensó en huir, pero la ira pudo más. Por eso se quedó. Y por eso, por primera vez, le pegó.
Fue también la última. Ella se defendió como un jabato. Cuchillo en mano le atacó. La esquivó, la empujó sobre el sofá y la asfixió. Y toda aquella farsa se acabó.
Todo le parecía una farsa desde hacía tiempo. Lo que le rodeaba. Lo que vivía. Lo que antes amaba. Aquella puta rutina les había envuelto de tal modo, que además de ropa, a la locura también tendía.
Aquellas cuatro puñaladas habían acabado con todo lo que les unía. Ni tan siquiera aquella casa era real. No para ella. Todo lo alto que había subido sólo había servido para hacer mayor la caída.
No alcanzaba a entender porqué se había desgastado, porqué se había roto. ¿Por qué dejar de ser felices así, sin más? Tantas miradas. Tantas caricias. Tantos “te quiero”. Todo se iría por la borda cuando él llegase.
Sabía que se enfadaría. Mucho. Por eso lo mató. Al final, aquello no era más que la excusa perfecta para que él hiciese lo que ella, cobarde, jamás sería capaz de hacer.
Por un instante volvió a estremecerse viendo tan dantesca escena. Luego decidió que mejor sería trasladar el cuerpo hasta el pasillo, para que nada más entrar, él lo viese. Después de hacerlo pensó que jamás había sido tan fría.
Al pasar por el espejo se vio las manos. Se las llevó a la cara, dejándose en ella marcas de sangre. Rompió el cristal de un golpe, haciéndose una pequeña herida que poco le importó. Mayores eran las que tenía en el corazón.
Siguió bebiendo. La hemorragia tardó un poco en parar. Él lo hizo más. Tanto que se cansó de aquella botella, que terminó estampada contra la pared. En un ataque de histeria, en el suelo acabaron los adornos de dos estanterías. También una vajilla. Llevaba horas fuera de sí.
Pasaban de las tres cuando abrió la puerta. Estaba medio dormida sobre la mesa de la cocina. Borracha, se acercó a besarle. Con cara desencajada, él no entendió lo que veía. No entendió hasta que ella habló:
“Lo he hecho yo, Jonnhy, y volvería a hacerlo. Estoy harta de tus putas, y de ser para ti sólo la imbécil que cocina. Estoy cansada de esta farsa. Cansada de ti, de mí, de vivir…”.
Entonces, reaccionó. Había soportado meses sin sexo. Había buscado en otras lo que con ella no obtenía. Había obviado tantos y tantos ataques de histeria. Había intentado soportar su enfermedad. Al fin y al cabo, la quería.
Aquel maldito descontrol era uno más en su día a día, pero la gota de su gato colmó el vaso. No podía más. ¿Por qué seguir soportando a aquella tía? Pensó en huir, pero la ira pudo más. Por eso se quedó. Y por eso, por primera vez, le pegó.
Fue también la última. Ella se defendió como un jabato. Cuchillo en mano le atacó. La esquivó, la empujó sobre el sofá y la asfixió. Y toda aquella farsa se acabó.
sábado, 16 de octubre de 2010
Todo por estar aquí
Santander, Viérnoles, Torrelavega. Valença, Viana, Caminha. Madrid, Sevilla, Castellón. Granada, Barcelona, Andorra.
Jugar al escondite con la tía Son. Ir al parque con mi hermana. Acompañar a mi abuelo al Cisne. El compañero de mi madre. La batería de la guardería Globos.
Mi abuelo. Una hermana de mi madre. A mi propio padre. Más de uno y dos amigos. Algún que otro conocido. Personas cercanas. Otros, menos.
Cariño, aprecio, amor. Lágrimas, abrazos, besos. Nervios, vértigos, ansiedad. Bastante indiferencia. Mucho dolor.
Muchas cosas han quedado atrás. Otras las he simplemente perdido. Todo hasta llegar aquí. Todo por estar aquí. Y a pesar de todo, de nada me arrepiento.
Jugar al escondite con la tía Son. Ir al parque con mi hermana. Acompañar a mi abuelo al Cisne. El compañero de mi madre. La batería de la guardería Globos.
Mi abuelo. Una hermana de mi madre. A mi propio padre. Más de uno y dos amigos. Algún que otro conocido. Personas cercanas. Otros, menos.
Cariño, aprecio, amor. Lágrimas, abrazos, besos. Nervios, vértigos, ansiedad. Bastante indiferencia. Mucho dolor.
Muchas cosas han quedado atrás. Otras las he simplemente perdido. Todo hasta llegar aquí. Todo por estar aquí. Y a pesar de todo, de nada me arrepiento.
viernes, 8 de octubre de 2010
How can you mend a broken heart
No suelo ser partidario de obligarme a escribir. Después de tanto tiempo sin que nada brotase, hoy tenía la necesidad de hacerlo, con Michael Bublé de fondo.
Humo y radiografía
Extraño aquellos tiempos en que éramos desconocidos. Aquellos en que tú eras al jazz lo que el tomate frito a mi cocido. En mi memoria hay un sofrito de recuerdos. A todos los maldigo.
Lo hago contigo siempre que te miro. Borraría todos nuestros días. A Dios pongo por testigo. A Dios y la barra de este bar, en el que borracho te escribo.
Sonrío a mis demonios cuando pienso en acabar con los chicos del billar. Hijos de la LOGSE, desearían follar más. En pensar, parecen pensar menos.
Con tres tristes zorras practican la endogamia. Como tres desgracias las definió un día el loco de la planta. Sé que puede parecerte triste, pero aquí el menos cuerdo es el más atento. La puerta de aquel baño sabe a qué me refiero.
En una esquina hay también un periodista. Cronista de noticias sin sentido, con la mirada desviste a la corista con la boca tan llena de fluidos como termina la noche entre las piernas de su chica.
Misógino atormentado, arrodillado ante su vicio, alza otro cliente la copa en la que por las noches se cobija. Es su único modo de tirarse luego a una puta que, por edad, bien podría ser su hija.
El jefe sin tabaco extrañará al humo y su radiografía cuando la nueva normativa entierre esa oscuridad que aquí a tanta gente trae, como si en lugar de fauna salvaje, fuesen arrastrados de peregrinaje.
Muchos somos los que, embriagados, ganamos aquí una compostelana. Yo hace tiempo lo hice por ti. Hoy, porque me da la gana. Tengo que reconocer que de este sitio hay algo en mí que me prohíbe besar mi recortada.
Sus labios de plomo me llaman. Mis oídos, ociosos, ignoran. Puede más el magnetismo de pensar que cualquier día me despertaré incluso alejado de mí mismo.
Ese día tú desaparecerás. Y contigo, aunque me pese, también el regocijo de poder decirte:
“Nena, aunque se te ve feliz, siento decirte que muy mal te ha tratado el tiempo…”.
Lo hago contigo siempre que te miro. Borraría todos nuestros días. A Dios pongo por testigo. A Dios y la barra de este bar, en el que borracho te escribo.
Sonrío a mis demonios cuando pienso en acabar con los chicos del billar. Hijos de la LOGSE, desearían follar más. En pensar, parecen pensar menos.
Con tres tristes zorras practican la endogamia. Como tres desgracias las definió un día el loco de la planta. Sé que puede parecerte triste, pero aquí el menos cuerdo es el más atento. La puerta de aquel baño sabe a qué me refiero.
En una esquina hay también un periodista. Cronista de noticias sin sentido, con la mirada desviste a la corista con la boca tan llena de fluidos como termina la noche entre las piernas de su chica.
Misógino atormentado, arrodillado ante su vicio, alza otro cliente la copa en la que por las noches se cobija. Es su único modo de tirarse luego a una puta que, por edad, bien podría ser su hija.
El jefe sin tabaco extrañará al humo y su radiografía cuando la nueva normativa entierre esa oscuridad que aquí a tanta gente trae, como si en lugar de fauna salvaje, fuesen arrastrados de peregrinaje.
Muchos somos los que, embriagados, ganamos aquí una compostelana. Yo hace tiempo lo hice por ti. Hoy, porque me da la gana. Tengo que reconocer que de este sitio hay algo en mí que me prohíbe besar mi recortada.
Sus labios de plomo me llaman. Mis oídos, ociosos, ignoran. Puede más el magnetismo de pensar que cualquier día me despertaré incluso alejado de mí mismo.
Ese día tú desaparecerás. Y contigo, aunque me pese, también el regocijo de poder decirte:
“Nena, aunque se te ve feliz, siento decirte que muy mal te ha tratado el tiempo…”.
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Jesús Domínguez,
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martes, 31 de agosto de 2010
Up in the air
No quería dejar de compartir con aquellos arrastrados que por el rincón transitan la mayor oda a la soledad jamás vista por mí en una película.
El anterior monólogo pertenece a Ryan Bingham, personaje que encarna a la perfección George Clooney en "Up in the air" y que a mi juicio bien habría valido la pena un Oscar.
El film es una adaptación de la novela de 2001 escrita por Walter Kirn y, si bien se reviste de comedia romántica, me parece a todas recomendable para toda aquella persona que en el cine sea capaz de ir "un poquito más allá".
El anterior monólogo pertenece a Ryan Bingham, personaje que encarna a la perfección George Clooney en "Up in the air" y que a mi juicio bien habría valido la pena un Oscar.
El film es una adaptación de la novela de 2001 escrita por Walter Kirn y, si bien se reviste de comedia romántica, me parece a todas recomendable para toda aquella persona que en el cine sea capaz de ir "un poquito más allá".
No somos cisnes...
Imaginen por un segundo que llevan una mochila. Quiero que noten las correas sobre los hombros. ¿Las notan? Ahora quiero que la llenen con todas las cosas que tienen en su vida. Empiecen por las que hay en los estantes, en los cajones, las tonterías que coleccionan. Noten como se acumula el peso. Ahora cosas más grandes. Ropa, pequeños electrodomésticos, lámparas, toallas, la tele… La mochila ya pesa.
Ahora cosas más grandes. El sofa, la cama, alguna mesa. Métanlo todo dentro. El coche, añádanlo. La casa, un estudio o un partamento de dos dormitorios. Quiero que introduczcan todo eso dentro de la mochila. Intenten caminar. Es difícil, ¿no? Pues esto es lo que hacemos con nuestra vida diaria, nos vamos sobrecargando hasta que no podemos ni movernos, y no se equivoquen, moverse es vivir.
Ahora voy a prenderle a esa mochila fuego. ¿Qué quieren sacar? ¿Las fotos? Las fotos son para la gente que no puede recordar. Tomen ginseng y quémenlas. Es más, dejen que se queme todo e imagínense despertando mañana sin nada. Resulta estimulante, ¿no es así?
Esto va a ser un poco difícil, presten atención. Tienen otra mochila, solo que esta vez deben llenarla de personas. Pueden empezar por los conocidos, amigos de amigos, la gente de la oficina, y luego pasen a las personas a las que confían sus secretos.
Sus primos, tías, tíos, hermanos hermanas, sus padres, y por fin, su marido, su mujer, su novio o su novia. Métanlos en la mochila. Tranquilos, no les voy a pedir que les prendan fuego. Sientan el peso de la mochila. Puedo asegurarles que las relaciones son la carga más pesada de su vida. ¿No sienten un peso clavándose en sus hombros?
Todas esas negociaciones, discursiones, secretos y compromisos. No necesitan cargar con eso. ¿Por qué no dejan la mochila? Hay animales que viven cargando con otros en simbiosis toda su vida. Amantes sin suerte, cisnes monógamos, no somos esos animales. Si nos movemos despacio morimos rápido. Nosotros no somos cisnes, sino tiburones.
Ahora cosas más grandes. El sofa, la cama, alguna mesa. Métanlo todo dentro. El coche, añádanlo. La casa, un estudio o un partamento de dos dormitorios. Quiero que introduczcan todo eso dentro de la mochila. Intenten caminar. Es difícil, ¿no? Pues esto es lo que hacemos con nuestra vida diaria, nos vamos sobrecargando hasta que no podemos ni movernos, y no se equivoquen, moverse es vivir.
Ahora voy a prenderle a esa mochila fuego. ¿Qué quieren sacar? ¿Las fotos? Las fotos son para la gente que no puede recordar. Tomen ginseng y quémenlas. Es más, dejen que se queme todo e imagínense despertando mañana sin nada. Resulta estimulante, ¿no es así?
Esto va a ser un poco difícil, presten atención. Tienen otra mochila, solo que esta vez deben llenarla de personas. Pueden empezar por los conocidos, amigos de amigos, la gente de la oficina, y luego pasen a las personas a las que confían sus secretos.
Sus primos, tías, tíos, hermanos hermanas, sus padres, y por fin, su marido, su mujer, su novio o su novia. Métanlos en la mochila. Tranquilos, no les voy a pedir que les prendan fuego. Sientan el peso de la mochila. Puedo asegurarles que las relaciones son la carga más pesada de su vida. ¿No sienten un peso clavándose en sus hombros?
Todas esas negociaciones, discursiones, secretos y compromisos. No necesitan cargar con eso. ¿Por qué no dejan la mochila? Hay animales que viven cargando con otros en simbiosis toda su vida. Amantes sin suerte, cisnes monógamos, no somos esos animales. Si nos movemos despacio morimos rápido. Nosotros no somos cisnes, sino tiburones.
viernes, 27 de agosto de 2010
Te quise tanto...
¿Sabes, nena?, hay mañanas en las que me levanto pesimista sin motivo. Días oscuros en que preferiría ser pájaro y acudir a otro reclamo. Otro al que pudiese acudir volando, y no bajando estos peldaños.
No es superstición. Creer en el azar da mala suerte. No me gusta pensar en cuántas noches perdidas te suceden, pero rodeado de arrastrados no es sino eso lo que hago.
La otra noche, caminando por aquellas calles que un día me vieron crecer, no pude evitar pensarte. Recordarte y recordarme, abrazándote. No puedo negarlo. Te quise tanto…
Ahora no tengo patria ni bandera. Quizá tampoco a nadie que me quiera. Vivo con un hombre que no vive conmigo. En mis sueños follo más que existo. Pero, ¡qué narices!, soñar es el único vicio que nunca me ha salido caro.
Recordarte tanto tiempo fue para mí un lujo. Malvivir imaginándome tus ojos, un castigo. El dinero que tenía lo gasté en mantequilla, cañones y pitillos. El sello que te adjunto se lo robé a un niño. Suerte que en este bar me fían…
Preguntarás porqué te escribo. La razón es bien sencilla. Incluso en este mundo loco el más lunático es considerado demente, y como tal no me fiarían. Además, de no hacerlo, precisaría para pagar al psicólogo una fortuna.
Brotes psicóticos. El más grave síntoma, tenerte. Espero al menos haberte complacido. Tendrás a bien reconocer el haberlo disfrutado. Yo te quise tanto… Ahora corren otros tiempos. Ya no extraño como lo hacen los perros a sus dueños.
Con arena en los bolsillos y algunas deudas pero, ¿sabes, nena?, hoy vuelvo a ser feliz.
No es superstición. Creer en el azar da mala suerte. No me gusta pensar en cuántas noches perdidas te suceden, pero rodeado de arrastrados no es sino eso lo que hago.
La otra noche, caminando por aquellas calles que un día me vieron crecer, no pude evitar pensarte. Recordarte y recordarme, abrazándote. No puedo negarlo. Te quise tanto…
Ahora no tengo patria ni bandera. Quizá tampoco a nadie que me quiera. Vivo con un hombre que no vive conmigo. En mis sueños follo más que existo. Pero, ¡qué narices!, soñar es el único vicio que nunca me ha salido caro.
Recordarte tanto tiempo fue para mí un lujo. Malvivir imaginándome tus ojos, un castigo. El dinero que tenía lo gasté en mantequilla, cañones y pitillos. El sello que te adjunto se lo robé a un niño. Suerte que en este bar me fían…
Preguntarás porqué te escribo. La razón es bien sencilla. Incluso en este mundo loco el más lunático es considerado demente, y como tal no me fiarían. Además, de no hacerlo, precisaría para pagar al psicólogo una fortuna.
Brotes psicóticos. El más grave síntoma, tenerte. Espero al menos haberte complacido. Tendrás a bien reconocer el haberlo disfrutado. Yo te quise tanto… Ahora corren otros tiempos. Ya no extraño como lo hacen los perros a sus dueños.
Con arena en los bolsillos y algunas deudas pero, ¿sabes, nena?, hoy vuelvo a ser feliz.
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Jesús Domínguez,
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Ser o no ser
Grillos en invierno. Tormentas de verano. Pelea de perros dentro de un seiscientos. Mendigos ricos en sardinas enlatadas. Una ex putón que esputa sobre mi recuerdo.
Pájaros mojados. Ojos rubios. Oídos susurrantes. Obscenidades tiempo atrás jamás soñadas. Labios grises balbucean aceite en la cocina. Un huevo kinder acompaña la ensalada.
Carreteras vacías. Una sota y su espalda. Maleteros llenos. Siete de espadas. Atasco y encrucijada. El as de la baraja. Un beso que nunca sabrá a nada.
Nada es lo que importa. No ser Humphrey Bogart, ni tampoco Cary Grant. Jurar que he disfrutado. Que añoro tu mirada. Acariciar tus pechos y volverme loco en ti. Tenerte sobre mí. Intuirte más tarde, luz apagada.
Marinero de agua dulce, huelo a sexo y a sardina. Como gato, cambio ideas por tejados. Vivo atrapado en mi niñez. Siento decirlo, hoy extrañé tu tez. Beber de tu veneno. Que vengas a apagar mi sed.
Qué vida tan triste la del deshuesador de olivas. Pretender un corazón de contrabando. Vivir lejos de ti. Mi mala fama bien ganada. Desvestirme y que no sigas. No poder ser sólo contigo. Que puedas ser sin mí.
Pájaros mojados. Ojos rubios. Oídos susurrantes. Obscenidades tiempo atrás jamás soñadas. Labios grises balbucean aceite en la cocina. Un huevo kinder acompaña la ensalada.
Carreteras vacías. Una sota y su espalda. Maleteros llenos. Siete de espadas. Atasco y encrucijada. El as de la baraja. Un beso que nunca sabrá a nada.
Nada es lo que importa. No ser Humphrey Bogart, ni tampoco Cary Grant. Jurar que he disfrutado. Que añoro tu mirada. Acariciar tus pechos y volverme loco en ti. Tenerte sobre mí. Intuirte más tarde, luz apagada.
Marinero de agua dulce, huelo a sexo y a sardina. Como gato, cambio ideas por tejados. Vivo atrapado en mi niñez. Siento decirlo, hoy extrañé tu tez. Beber de tu veneno. Que vengas a apagar mi sed.
Qué vida tan triste la del deshuesador de olivas. Pretender un corazón de contrabando. Vivir lejos de ti. Mi mala fama bien ganada. Desvestirme y que no sigas. No poder ser sólo contigo. Que puedas ser sin mí.
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domingo, 11 de julio de 2010
El final del verano
Hay ocasiones en que, por sorpresa, llega el final. Otras, simplemente se espera...
No hay esperanza
Blanco vida.
Pasillos amarillos. Batas verdes, tubos rojos. Luces transparentes. Azules sirvientes. ¿Mirlos blancos? No hay esperanza.
Intranscendentes charlas, cielo gris. Acompañantes, galenos, transeuntes. Cuidados. Familiares impacientes. Matasanos, gente insomne. Enfermos ávidos de anis.
Pesimismo. Enfermedad. Lágrimas. Tristeza. Soledad.
Negro muerte.
Pasillos amarillos. Batas verdes, tubos rojos. Luces transparentes. Azules sirvientes. ¿Mirlos blancos? No hay esperanza.
Intranscendentes charlas, cielo gris. Acompañantes, galenos, transeuntes. Cuidados. Familiares impacientes. Matasanos, gente insomne. Enfermos ávidos de anis.
Pesimismo. Enfermedad. Lágrimas. Tristeza. Soledad.
Negro muerte.
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lunes, 14 de junio de 2010
La Flaca
Por un beso de La Flaca daría lo que fuera,
por un beso de ella, aunque solo uno fuera.
Moje mis sabanas blancas, como dice la canción,
recordando las caricias que me brindo el primer día.
por un beso de ella, aunque solo uno fuera.
Moje mis sabanas blancas, como dice la canción,
recordando las caricias que me brindo el primer día.
En la puerta una reseña...
Ayer. Hoy. Nosotros. Jamás.
Mañana. Pasado. Nosotros. ¿Quizás?
Tu vientre. Mis labios. La Lola’s. Los baños.
Tu novio. Mi chica. Dos excusas. Dos engaños.
Piercing. Tatuaje. Sexo. Amor salvaje.
Cinturón. Camisa. Pantalón. Adiós, traje.
Llamada al móvil. Suena jazz. Tu chico. Canta Irene.
Atranco la puerta. Marcha atrás. Te beso. Alguien viene.
Tapo tu boca. Sigo empujando. Ya estás llegando.
Es el loco. Estaba orinando. La está guardando.
Recoge su planta. Cierra la puerta. Seguimos.
Dentro y fuera. Aumento el ritmo. ¿Continuamos?
Una noche en los baños, perdiendo la cabeza entre tus piernas.
Jamás a vernos volvimos, por eso las imagino eternas.
En tus pechos enloquecí. Parecías pequeña.
Delgada, pelo largo. En la puerta una reseña.
Hoy no es hoy, sino mañana, escribí entonces aquí.
Se hizo mañana contigo. Se acabó el hoy por ti.
Mañana. Pasado. Nosotros. ¿Quizás?
Tu vientre. Mis labios. La Lola’s. Los baños.
Tu novio. Mi chica. Dos excusas. Dos engaños.
Piercing. Tatuaje. Sexo. Amor salvaje.
Cinturón. Camisa. Pantalón. Adiós, traje.
Llamada al móvil. Suena jazz. Tu chico. Canta Irene.
Atranco la puerta. Marcha atrás. Te beso. Alguien viene.
Tapo tu boca. Sigo empujando. Ya estás llegando.
Es el loco. Estaba orinando. La está guardando.
Recoge su planta. Cierra la puerta. Seguimos.
Dentro y fuera. Aumento el ritmo. ¿Continuamos?
Una noche en los baños, perdiendo la cabeza entre tus piernas.
Jamás a vernos volvimos, por eso las imagino eternas.
En tus pechos enloquecí. Parecías pequeña.
Delgada, pelo largo. En la puerta una reseña.
Hoy no es hoy, sino mañana, escribí entonces aquí.
Se hizo mañana contigo. Se acabó el hoy por ti.
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viernes, 11 de junio de 2010
Recuerdo
Mirarte a los ojos y tal vez recordarte que antes de rendirnos fuimos eternos. Me levanto decidido y me acerco a ti...
Fue una noche en Barcelona... I
Cuando me acerqué volvió a vestir una sonrisa maltratada como el tanga de un feriante. Fue en una noche sombría, una de ésas en que incluso las nubes caminan a oscuras.
Se disculpó por haber maquillado sus ojos de tristeza. La invité a una copa, a riesgo de que apareciera en aquel momento un chulo. Confirmó que no era puta, a pesar de yacer plantada en una esquina.
Al rato me contó que vivía allí cerca. Yo reconocí que hacía tiempo la observaba. Se excusó diciendo que esperaba a un chico. Entonces, enrojecí. No debía conocer tan bien la noche si creía profesionales aquellos finos labios apenas resaltados con carmín.
“El cine es más divertido que la vida”, dije con la cuarta. “Mi abuela tiene nombre de regalo”, aseveró ella con la sexta. “Mi vocación es la derrota. Mi carácter la resignación”. Y al final, nos acostamos.
Aquello terminó con un coitos interruptus. Apenas me importó. Yo me lo busqué. Quise ser caballo entre una sota y rey. Olvidé que era ella un pájaro sin sueños. Un paraguas sin voz.
Fue una noche en Barcelona cuando, ahogadas mil penas en alcohol, pretendí también ahogar en mis labios sus gemidos. Naufragamos en mis pies de vagabundo, pero al menos lo hicimos abrazados.
No hubo conjeturas, ni tampoco gestos fríos. Yo soy ave nocturna y ella precisaba un hombro en que llorar. Tampoco hubo reproches. Varias veces más nos pilló levantado el camión de la basura.
Vivimos en abril un falso agosto. Por sus heridas pregunté a un anticuario cual era el valor de un beso. Ella se seguía preguntando: “¿Por qué a la indiferencia hemos llegado, si del amor al odio no hay más que un paso?”. Qué difícil es desandar lo andado.
“Estoy falto de cansancio, nena, eso es todo”. Entendió mi insistencia, mas no aceptó. Mayor locura habría sido, supongo, siquiera suerte haber probado. Al fin y al cabo, ella tenía su vida. Y yo, mi literatura.
Se disculpó por haber maquillado sus ojos de tristeza. La invité a una copa, a riesgo de que apareciera en aquel momento un chulo. Confirmó que no era puta, a pesar de yacer plantada en una esquina.
Al rato me contó que vivía allí cerca. Yo reconocí que hacía tiempo la observaba. Se excusó diciendo que esperaba a un chico. Entonces, enrojecí. No debía conocer tan bien la noche si creía profesionales aquellos finos labios apenas resaltados con carmín.
“El cine es más divertido que la vida”, dije con la cuarta. “Mi abuela tiene nombre de regalo”, aseveró ella con la sexta. “Mi vocación es la derrota. Mi carácter la resignación”. Y al final, nos acostamos.
Aquello terminó con un coitos interruptus. Apenas me importó. Yo me lo busqué. Quise ser caballo entre una sota y rey. Olvidé que era ella un pájaro sin sueños. Un paraguas sin voz.
Fue una noche en Barcelona cuando, ahogadas mil penas en alcohol, pretendí también ahogar en mis labios sus gemidos. Naufragamos en mis pies de vagabundo, pero al menos lo hicimos abrazados.
No hubo conjeturas, ni tampoco gestos fríos. Yo soy ave nocturna y ella precisaba un hombro en que llorar. Tampoco hubo reproches. Varias veces más nos pilló levantado el camión de la basura.
Vivimos en abril un falso agosto. Por sus heridas pregunté a un anticuario cual era el valor de un beso. Ella se seguía preguntando: “¿Por qué a la indiferencia hemos llegado, si del amor al odio no hay más que un paso?”. Qué difícil es desandar lo andado.
“Estoy falto de cansancio, nena, eso es todo”. Entendió mi insistencia, mas no aceptó. Mayor locura habría sido, supongo, siquiera suerte haber probado. Al fin y al cabo, ella tenía su vida. Y yo, mi literatura.
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viernes, 28 de mayo de 2010
Guitarra
Llevo días sin pasarme por La Lola's. Poco tiempo para vivir como arrastrado. El poco que tengo lo malgasto en el recuerdo. Al son de un fado.
Recuerdos de Portugal
Jamás pasé tanto calor como entonces. Rara vez me sentí tan agotado. Incluso las sombras huían de aquel suelo gris por el que caminaba en pleno mes de abril.
A decir verdad, quizá fuera aquello en mayo. Puede que incluso en julio. No lo sé. Tan solo recuerdo a mi madre junto a mí, y la vía del tren a nuestro lado.
Sé que no es algo de lo deba estar orgulloso, pero diría que aquel fue uno de los ratos más largos por ambos compartidos. O por lo menos, uno de los ahora muchos no fingidos.
No sé a qué viene ahora aquel recuerdo. No puede decirse que fuera la mía una infancia feliz. Yo no disfrutaba con aquello, y para ella fue un alivio deshacerse de ello.
Muchos fueron los domingos malgastados. Muchos los kilómetros consumidos. Muchas las mimosas podadas. Muchas las piedras colocadas. Para luego, nada.
Supongo que ése es el motivo por el cual de pequeño odiaba Portugal. Era para mí sinónimo de trabajo, cansancio y tardes sin fútbol. Las vistas no me consolaban. Tampoco los dulces que con ansia devoraba.
Recuerdo que Manuel, el hombre del ultramarinos, era quien mejor me trataba. Me invitaba a coca-cola, aunque en contraprestación pretendía hacerme del Sporting de Lisboa. No entendía que por entonces fuera yo del Barcelona.
Al otro lado de aquel monte vivía una anciana que debía ser abuela de Matusalén. Lucia, se llamaba. Aunque siempre íbamos a verla, jamás entramos en su casa. Desconfianzas de quien me acompañaba.
Una pareja de franceses vivía cerca nuestra. De ellos me acuerdo tan solo por el bigote de aquel hombre, el cuatro por cuatro que tenían a las puertas de su palacete y una discusión sobre el Mundial.
Días después, a cientos de kilómetros, asentí dándole la razón al ver a la Francia de Zizou alzarse con el campeonato. Yo creía a Brasil favorita, pero… No volví a verlo. Tampoco aquellas tierras. Mi madre las vendió. Aquello se acabó.
Recuerdo los sandwiches con boletes de Viana. Los intempestivos trenes de Redondela. Ver desde lo alto el parque de atracciones de Braga. Y recuerdo también envidiar la felicidad de los niños que allí estuviesen.
Conocí terrenos más al sur, pero nunca Bracalandia. Recuerdo visitar Porto, Coimbra, Lisboa… y Fátima. Aquel tren a alguna parte, con un agujero en el subsuelo. Veinticinco kilómetros de curvas. Sólo para rezar.
Mi madre de rodillas. Mi hermano en sus brazos. Yo junto a mi tía. Eran otros tiempos… Tampoco aquel viaje me gustó. De camino me mareé, y entre tanta gente me agobiaba. Pero era una promesa.
Eran otros tiempos, decía. Tiempos en que la familia fingía estar unida. Tiempos en los que el abuelo vivía. Recuerdo el mono azul con que cortaba las acacias, sin despojarse jamás de su visera. Esa que hoy, donde quiera que esté, todavía le acompaña.
En otra de las ocasiones que visité la Lusitania, nos encontramos por casualidad con una tía. No sé si fue en D’Arques o Barcelos. Tan solo sé que fui yo quien acabó con la indecisión que nos sacó de aquella plaza.
Quizá fuese la excusa para salir de allí. No podría asegurarlo, pero si convencí a mi madre fue seguro porque no me gustaba lo que oía. Bastantes fados escuchaba cuando iba a casa de la portuguesa.
Con mi tía o sin mi tía, lo siguiente que florece en mi memoria somos yo y mi madre en una cafetería y aquella compra de pasteles. Como los desayunos en Viana, era una de las pocas cosas positivas de ir tan frecuentemente a Portugal.
Otra era aquella fonda en la que el abuelo siempre pedía bacalhau, y yo me comía un buen filete. Si volviera, no sabría llegar a la alameda, pero sí dar con el lugar exacto de aquella cuesta en que tantos lunes y domingos pasé cuando era crío.
De pronto dejé de ver aquel lago un día. Aquellas casas derruidas dejaron de ser nuestras. He de confesar que me alegré. Lo entendía entonces como un peso. Supongo que por eso lo recuerdo.
Los años han pasado, y con ellos mil historias. Sólo quedan recuerdos que he ido hilando. Hechos desagradables de los que con el paso del tiempo me he ido dando cuenta. Puros apenas quedan un par de recuerdos. Entonces no lo concebía así, pero ahora puros sólo quedan recuerdos de Portugal…
A decir verdad, quizá fuera aquello en mayo. Puede que incluso en julio. No lo sé. Tan solo recuerdo a mi madre junto a mí, y la vía del tren a nuestro lado.
Sé que no es algo de lo deba estar orgulloso, pero diría que aquel fue uno de los ratos más largos por ambos compartidos. O por lo menos, uno de los ahora muchos no fingidos.
No sé a qué viene ahora aquel recuerdo. No puede decirse que fuera la mía una infancia feliz. Yo no disfrutaba con aquello, y para ella fue un alivio deshacerse de ello.
Muchos fueron los domingos malgastados. Muchos los kilómetros consumidos. Muchas las mimosas podadas. Muchas las piedras colocadas. Para luego, nada.
Supongo que ése es el motivo por el cual de pequeño odiaba Portugal. Era para mí sinónimo de trabajo, cansancio y tardes sin fútbol. Las vistas no me consolaban. Tampoco los dulces que con ansia devoraba.
Recuerdo que Manuel, el hombre del ultramarinos, era quien mejor me trataba. Me invitaba a coca-cola, aunque en contraprestación pretendía hacerme del Sporting de Lisboa. No entendía que por entonces fuera yo del Barcelona.
Al otro lado de aquel monte vivía una anciana que debía ser abuela de Matusalén. Lucia, se llamaba. Aunque siempre íbamos a verla, jamás entramos en su casa. Desconfianzas de quien me acompañaba.
Una pareja de franceses vivía cerca nuestra. De ellos me acuerdo tan solo por el bigote de aquel hombre, el cuatro por cuatro que tenían a las puertas de su palacete y una discusión sobre el Mundial.
Días después, a cientos de kilómetros, asentí dándole la razón al ver a la Francia de Zizou alzarse con el campeonato. Yo creía a Brasil favorita, pero… No volví a verlo. Tampoco aquellas tierras. Mi madre las vendió. Aquello se acabó.
Recuerdo los sandwiches con boletes de Viana. Los intempestivos trenes de Redondela. Ver desde lo alto el parque de atracciones de Braga. Y recuerdo también envidiar la felicidad de los niños que allí estuviesen.
Conocí terrenos más al sur, pero nunca Bracalandia. Recuerdo visitar Porto, Coimbra, Lisboa… y Fátima. Aquel tren a alguna parte, con un agujero en el subsuelo. Veinticinco kilómetros de curvas. Sólo para rezar.
Mi madre de rodillas. Mi hermano en sus brazos. Yo junto a mi tía. Eran otros tiempos… Tampoco aquel viaje me gustó. De camino me mareé, y entre tanta gente me agobiaba. Pero era una promesa.
Eran otros tiempos, decía. Tiempos en que la familia fingía estar unida. Tiempos en los que el abuelo vivía. Recuerdo el mono azul con que cortaba las acacias, sin despojarse jamás de su visera. Esa que hoy, donde quiera que esté, todavía le acompaña.
En otra de las ocasiones que visité la Lusitania, nos encontramos por casualidad con una tía. No sé si fue en D’Arques o Barcelos. Tan solo sé que fui yo quien acabó con la indecisión que nos sacó de aquella plaza.
Quizá fuese la excusa para salir de allí. No podría asegurarlo, pero si convencí a mi madre fue seguro porque no me gustaba lo que oía. Bastantes fados escuchaba cuando iba a casa de la portuguesa.
Con mi tía o sin mi tía, lo siguiente que florece en mi memoria somos yo y mi madre en una cafetería y aquella compra de pasteles. Como los desayunos en Viana, era una de las pocas cosas positivas de ir tan frecuentemente a Portugal.
Otra era aquella fonda en la que el abuelo siempre pedía bacalhau, y yo me comía un buen filete. Si volviera, no sabría llegar a la alameda, pero sí dar con el lugar exacto de aquella cuesta en que tantos lunes y domingos pasé cuando era crío.
De pronto dejé de ver aquel lago un día. Aquellas casas derruidas dejaron de ser nuestras. He de confesar que me alegré. Lo entendía entonces como un peso. Supongo que por eso lo recuerdo.
Los años han pasado, y con ellos mil historias. Sólo quedan recuerdos que he ido hilando. Hechos desagradables de los que con el paso del tiempo me he ido dando cuenta. Puros apenas quedan un par de recuerdos. Entonces no lo concebía así, pero ahora puros sólo quedan recuerdos de Portugal…
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Jesús Domínguez,
La Lola's Club
jueves, 13 de mayo de 2010
Woman in live
No tengo ninguna alhaja que ofrecer. Ni tan siquiera bisutería fina 'Made in China'. Nada más que joyas del maestro, como este tributo a su vieja y malograda amiga.
Woman in live
Ahora ya no está aquí y no podré llamarla para que me busque bajo la lluvia en cualquier rincón de la ciudad, como cuando le telefoneaba a las cuatro de la madrugada y se presentaba a mi lado a tiempo casi de colgar con su mano el teléfono. Los suyos eran aquellos días los únicos ojos que en medio del naufragio veían la luz de mis bengalas y se hacían a la mar para estar a mi lado en el agua. El barman de «El Corzo» pinchaba «Woman in love» cuando la sala estaba despejada, en ese momento en el que casi llega desde la calle el sonido de la lluvia en la marquesina de la puerta. Era nuestra canción. Sólo la bailaba con ella y eso ocurrió media docena de veces cada año desde que la conocí hasta que el maldito cáncer le impidió ponerse al teléfono. Se llamaba Marta y los tres minutos de aquella canción en la voz de Barbra Streisand fueron la única vez que estando despierto pasé tanto tiempo sin fumar. Escribí para ella docenas de notas en los posavasos de papel de aquel club. Ella las respondía siempre con una sonrisa y las guardaba luego en el bolso. No niego que en otras circunstancias me hubiese apetecido llegar a más con ella, pero en aquel momento me conformaba con ser la parte más autógrafa de sus pertenencias. Ni siquiera apretaba al bailar «Woman in love» y sólo me ponía un poco más íntimo si lo pedía ella. «Puedes tomarme de la cintura; te aseguro que ni se me pasará por la cabeza llamar a un guardia». Luego me pedía que le dijese cosas al oído. «No importa de que se trate –decía–. Me conformo con saber que llevo encima algo más varonil que la lluvia». Yo le recordaba entonces aquellas cosas tan hermosas que jamás nos sucedieron. «¿Recuerdas, Marta, amiga mía, aquella noche en el Berlín dividido? Tú no tenías tabaco y yo había perdido mi mechero. Fuimos un vicio antes de ser una pareja. Fuiste como una aparición en una ciudad de pana en la que no había una sola flor que no fuese más gris que sus cenizas». «Aquella noche bailamos por primera “Woman in love” en una boite en la que dijiste que la mitad de la gente era mala y el resto no eran de fiar». «Aquella madrugada no te dije que te quería por temor a que me diese la tos, Marta. Y sé que tú no me lo dirás esta noche porque no se puede ser sincera si se está acatarrada». La última madrugada que bailamos aquella canción, Marta se llevó en su bolso el posavasos de papel que ya jamás me contestará con el afectuoso autógrafo de su sonrisa: «Si por lo que sea te vas algún día de mi vida, sólo te pido que ni tus ojos vomiten sin memoria los míos, ni por culpa del olvido me devuelve tu bolso el correo». Ahora Marta está enterrada y yo suelto tierra al bailar «Woman in love».
sábado, 1 de mayo de 2010
I've got you under my skin
Suenan las palabras del maestro con Sinatra de fondo. De nuevo se unen dos grandes en este rincón para hablar de Casablanca, como si fueran cosas de ayer y hoy.
Cinismo en la niebla
En la escena final de "Casablanca", Rick Blaine le pide a Ilsa Lund que se suba al avión que la alejará de él. Parece el sublime acto de generosidad de un hombre dispuesto a renunciar al amor de una mujer hermosa para no interferir en sus relaciones matrimoniales ni perjudicar el apoyo que ella le presta a su marido en la lucha por una causa patriótica. ¿Lo es realmente? ¿Se trata de un sublime y doloroso acto de desprendimiento? ¿No será tal vez la cruel venganza de Rick por haber sido antes abandonado por ella cuando vivían en París la dulzura sentimental de lo que empieza? ¿No habrán fermentado hasta el rencor los agridulces recuerdos del enigmático americano?
Por más veces que revise la vieja película de Curtiz, no acabo de creer que Rick siga enamorado de Ilsa, ni que a ella en su reencuentro con él le interese otra cosa que no sea conseguir los salvoconductos para ponerse a salvo de los nazis al lado de su marido. Años atrás el humo de un tren los había separado en París y al final de la película es la niebla del aeropuerto de Casablanca lo que vuelve a distanciarlos. Una mujer enamorada jamás habría tomado ese avión, ni un hombre que sintiese lo mismo se habría quedado cruzado de brazos. Ilsa insiste en quedarse en Casablanca, pero lo hace seguramente a sabiendas de que la resistencia de Rick a que se quede le servirá de pretexto para aparentar un dolor y una resignación que en el fondo no siente. Él lo sabe desde la decepcionante experiencia parisina y oculta con algunas frases falsamente sentimentales su deseo de que ella se suba aquel maldito avión antes que la niebla espese y frustre el despegue. En medio de un falso dramatismo, ella esconde su egoísmo y él disimula su rencor. En la famosa escena nocturna en el aeropuerto, una de las más hermosas del cine, realmente solo es sincera la niebla. Puede que una despedida así sea decepcionante para los amantes de los finales felices, pero lo cierto es que el distanciamiento a última hora de Ilsa y Rick es lo que hace de "Casablanca" una película realmente hermosa gracias precisamente a esa conclusión en apariencia tan desalentadora. Rick es un cínico y sabe por experiencia propia que el amor raras veces sobrevive a la rutina de la felicidad y que al cabo de algunos meses, tal vez unos pocos años, a él le molestará llevar tanto tiempo encima el maldito pijama de rayas y a ella la doméstica comodidad del amor se le volverá grasa en la cintura. Lo que cuenta para él es el recuerdo de los buenos momentos de París, los días benévolos bajo la lluvia y aquellos besos de Ilsa en los que ni siquiera había un resquicio para enfriar la saliva. Se estaban conociendo y compartían la esperanza, el aliento y los martinis. Ya no sería lo mismo a partir de su reencuentro en el café de Rick. La Ilsa romántica de París se ha convertido en una mujer falsamente conmemorativa que lo que pretende es que Rick Blaine se conmueva con la efeméride de los agradables días que precedieron al humo del tren. Aunque dice volver por sus besos, en realidad lo que ella espera de Rick no es el anillo de boda, sino un salvoconducto para su marido. Por la sangre ofimática de Ilsa corre ahora el inconfundible ruido del papeleo. Cínico pero caballeroso, Rick le resuelve la papeleta y se la quita de encima con exquisita elegancia, sin forzar la situación, insistiendo lo justo para que ella encuentre en las frases de su antiguo amante la excusa pecfecta que le permita subirse sin remordimientos al dichoso avión.
Hay quien cree que la película habría salido ganando con una escena complementaria en la que Ilsa reapareciese entre la niebla mientras el avión despega sin ella. Al guionista no le habría costado mucho dar con unas cuantas frases para que Rick demostrase lo feliz que le hace la inesperada decisión final de su chica, pero yo creo que cualquier añadido desvirtuaría el verdadero carácter de los personajes: El de ella, porque una mujer como Ilsa Lund es incapaz de estropear el sombrero y arriesgarse a un catarro por culpa de volverse atrás con tanta niebla; y el de Rick, no nos engañemos, porque cada vez que veo "Casablanca" tengo más claro que lo que él espera realmente es que el avión se estrelle al despegar. Así son en realidad los tipos como el protagonista de "Casablanca". Suena duro, tal vez incluso cruel, pero lo cierto es que si un tipo como Rick Blaine no puede conseguir el amor desinteresado y sincero de una chica como Ilsa Lund, no le importará en absoluto conformarse con el privilegio de identificar su cadáver.
Por más veces que revise la vieja película de Curtiz, no acabo de creer que Rick siga enamorado de Ilsa, ni que a ella en su reencuentro con él le interese otra cosa que no sea conseguir los salvoconductos para ponerse a salvo de los nazis al lado de su marido. Años atrás el humo de un tren los había separado en París y al final de la película es la niebla del aeropuerto de Casablanca lo que vuelve a distanciarlos. Una mujer enamorada jamás habría tomado ese avión, ni un hombre que sintiese lo mismo se habría quedado cruzado de brazos. Ilsa insiste en quedarse en Casablanca, pero lo hace seguramente a sabiendas de que la resistencia de Rick a que se quede le servirá de pretexto para aparentar un dolor y una resignación que en el fondo no siente. Él lo sabe desde la decepcionante experiencia parisina y oculta con algunas frases falsamente sentimentales su deseo de que ella se suba aquel maldito avión antes que la niebla espese y frustre el despegue. En medio de un falso dramatismo, ella esconde su egoísmo y él disimula su rencor. En la famosa escena nocturna en el aeropuerto, una de las más hermosas del cine, realmente solo es sincera la niebla. Puede que una despedida así sea decepcionante para los amantes de los finales felices, pero lo cierto es que el distanciamiento a última hora de Ilsa y Rick es lo que hace de "Casablanca" una película realmente hermosa gracias precisamente a esa conclusión en apariencia tan desalentadora. Rick es un cínico y sabe por experiencia propia que el amor raras veces sobrevive a la rutina de la felicidad y que al cabo de algunos meses, tal vez unos pocos años, a él le molestará llevar tanto tiempo encima el maldito pijama de rayas y a ella la doméstica comodidad del amor se le volverá grasa en la cintura. Lo que cuenta para él es el recuerdo de los buenos momentos de París, los días benévolos bajo la lluvia y aquellos besos de Ilsa en los que ni siquiera había un resquicio para enfriar la saliva. Se estaban conociendo y compartían la esperanza, el aliento y los martinis. Ya no sería lo mismo a partir de su reencuentro en el café de Rick. La Ilsa romántica de París se ha convertido en una mujer falsamente conmemorativa que lo que pretende es que Rick Blaine se conmueva con la efeméride de los agradables días que precedieron al humo del tren. Aunque dice volver por sus besos, en realidad lo que ella espera de Rick no es el anillo de boda, sino un salvoconducto para su marido. Por la sangre ofimática de Ilsa corre ahora el inconfundible ruido del papeleo. Cínico pero caballeroso, Rick le resuelve la papeleta y se la quita de encima con exquisita elegancia, sin forzar la situación, insistiendo lo justo para que ella encuentre en las frases de su antiguo amante la excusa pecfecta que le permita subirse sin remordimientos al dichoso avión.
Hay quien cree que la película habría salido ganando con una escena complementaria en la que Ilsa reapareciese entre la niebla mientras el avión despega sin ella. Al guionista no le habría costado mucho dar con unas cuantas frases para que Rick demostrase lo feliz que le hace la inesperada decisión final de su chica, pero yo creo que cualquier añadido desvirtuaría el verdadero carácter de los personajes: El de ella, porque una mujer como Ilsa Lund es incapaz de estropear el sombrero y arriesgarse a un catarro por culpa de volverse atrás con tanta niebla; y el de Rick, no nos engañemos, porque cada vez que veo "Casablanca" tengo más claro que lo que él espera realmente es que el avión se estrelle al despegar. Así son en realidad los tipos como el protagonista de "Casablanca". Suena duro, tal vez incluso cruel, pero lo cierto es que si un tipo como Rick Blaine no puede conseguir el amor desinteresado y sincero de una chica como Ilsa Lund, no le importará en absoluto conformarse con el privilegio de identificar su cadáver.
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